Uno las manos y me inclino hacia las esquinas del mundo.
Mi historia comienza el Año del Tigre 3337 (639 d.C.), cuando por cuarto año el bienaventurado Emperador Yang el piadoso ocupaba el trono del Imperio del Centro. Cuentan las tablillas del viejo monasterio de la montaña de Yi'han (y yo así lo tengo por cierto) que por aquél entonces las reglas del Mah Jong eran tan simples como el trazo de una flecha en el cielo, anotandose puntos por cada chow y cada pung, a más de una puntuación extraordinaria por cada kong que obtuvieran los jugadores.
Mas sucedió que el bienaventurado hijo del Cielo, el Emperador Yang, descendió un día de sus sublimes pensamientos para jugar partida con sus más cercanos consejeros. Y de entre ellos el jefe de su ejército, Wang Shihchen -que al año siguiente moriría descuartizado por cuatro caballos por haber interrumpido con una tos seca la ceremonia primaveral del primer lavado de pies del honorable Yang el piadoso- dió en ganar una mano al hijo del cielo (lo que no presagiaba buenas expectativas). Y estando entre los jugadores el Maestro Li de Kao, que tenía un ligero defecto en su carácter y de cuya sabiduría diré sólo que ganó por cinco veces consecutivas la flor que se otorga al primer clasificado en el examen imperial de chin-shih,se oyó decir al venerable erudito:
- ¿No es acaso injusto que teniendo nuestro sabio soberano dos pungs de un mismo número, no se puntuen éstos en mayor valor que si fueran dispares?
Y todos los cortesanos convinieron (con sólo una ligera renuencia por parte del señor Shihchen) que así mejor se reflejaba la disposición que el Augusto Personaje de Jade había establecido para los cielos. Y agradecieron al bienaventurado Emperador que de tal modo se lo hubiera mostrado, quedando para siempre recogida ésta norma en las reglas que luego se hicieron y que se grabaron en las puertas doradas del altar de la Eterna Felicidad Atemperada.
Mas aconteció que en un momento posterior de la partida dijo el piadoso Emperador Yang "Mah Jong" y, cuando se dispusieron a contar sus puntos, vieron todos con estupor que no había un sólo concepto con el que puntuar en su jugada. En el silencio subsiguiente, el latir de los corazones de los cortesanos cubrió el rumor de las doscientas fuentes y las seiscientas cascadas en las que se bañaban las concubinas imperiales, cubiertas al salir con alas de mariposas que, en su delicadeza, rozaban apenas con un suave susurro. Y dijo entonces el Maestro Li (que tenía un ligero defecto en su carácter):
- Nada hay accidental en el Gran camino del Tao. ¿No es acaso el vacío cuna y motor de todo lo que ocupa una posición en el universo? Nuestro Gran Señor el bienaventurado hijo del Cielo nos ha mostrado ésto con exquisita sabiduría; y así haríamos bien (si no tiene objeción el señor Shihchen, jefe del ejército) en puntuar tan excepcional jugada como un mérito extraordinario de ocho puntos.
Y así se hizo, y así quedó grabado.
Luego se jugaron muchas más manos, y en cada una el Mah Jong se enriqueció con nuevas reglas, por lo que se tiene al Emperador Yang el piadoso por el mejor jugador de Mah Jong de la historia del Imperio del Centro y al sabio Li de Kao -que poco tiempo después se exilió voluntariamente al valle de Cho- por el mayor y más prudente de sus eruditos y teóricos.
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