El hombre salía del tugurio del adivino, cuando hete aquí que una de esas ratas con alas llamadas "paloma urbana" de color blanco ejecuta con gran maestría una defecación, la cual impacta certeramente sobre la testa de un policía local que dirigía el tráfico en ese momento; sobresaltado por el inesperado asalto mierderil, realiza involuntariamente un gesto que los conductores interpretan erróneamente como "preferencia de paso" y arrancan cual salida del Gran Premio, a toda velocidad (tras la pitada reglamentaria del vehículo de la segunda fila); lamentablemente, un peatón cruza con la confianza ciega que da ver el muñequito verde del semáforo, y porta los auriculares del móvil calzados herméticamente a sus conductos auditivos vomitando con fuerza el "Corazón Latino" de David Bisbal; el arrojado piloto del primer coche que ha salido lanzado del semáforo, y que ya va engranando la tercera marcha, al detectar que el atrevido peatón no va a desalojar el asfalto por voluntad propia, se ve obligado a efectuar un soberbio volantazo conocido como "maniobra del alce", y modifica su trayectoria de manera que intercepta una farola de la que penden los orgullosos retratos de los candidatos a las próximas elecciones; el estruendo originado por la colisión llama la atención de varios ejemplares de "maruja hispánica" que pululan por los balcones de los edificios adyacentes al lugar del accidente, y más concretamente, de una en particular: Paloma Gutiérrez, caucásica, 56 años, 4ºC; quiere el destino que Paloma, que regaba sus geranios en el infortunado momento, se incline sobre la barandilla para estudiar con detenimiento el desaguisado, por lo que sus voluminosos apéndices mamarios sufren un movimiento pendular, al final del cual chocan contra una de las macetas del borde del balcón; el terrible tetazo obra por medio de la física la conversión de la energía potencial del tiesto en cinética, que precipita a éste contra la acera con una aceleración igual a la atracción gravitatoria; a su llegada al nivel del suelo, se estrella contra uno de esos baldosines que sobresalen 3 mm del resto para que tropieces cuando menos te lo esperas, y fragmenta en una espectacular lluvia de arcilla cocida, sustrato del briconsejo, tallos y flores de geranio; colmo de la mala suerte, que a escasos metros, y consecutivo al portal del adivino, se encuentra el local de la Cofradía de La Blanca Paloma, y en ese mismo instante sacan a procesionar a la Virgen en un trono magnífico de 1794 kg, a hombros de 88 costaleros, adornado profusamente con flores de todo tipo; de todo tipo excepto geranios, porque como muy bien saben sus compañeros, Pascual Jiménez, que carga el paso en el puesto 4º exterior izquierda, es tremendamente alérgico a ellos; volvamos otra vez a la planta voladora que ha caído sobre la acera, y con motivo del guarrazo que ha pegado junto al paso religioso, abundantes restos vegetales han salido despedidos en múltiples direcciones, siendo una de ellas el rostro de Pascual, que afectado por el subidón histamínico, prorrumpe en una salva de estornudos cuya violencia lo obliga a doblarse sobre el abdomen, arreando un cabezazo a Felipe, andero precedente que tenía un pinzamiento vertebral a punto de caramelo, el cual es agudizado por el testerazo de Pascual; con dos hombres menos que lo sostengan, el trono se escora y desequilibra, cayendo al suelo con gran estrépito, y sobre el pie de ese pobre individuo que salía del adivino; la presión súbita de casi dos toneladas sobre la uña del dedo gordo de su pie izquierdo, provocan un dolor indescriptible que condiciona que se desmaye el desdichado; ante el aparatoso síncope, un ciudadano anónimo de esos que ven series de médicos en la tele, acude raudo a socorrer a la víctima del vahído, y con toda la buena intención grita, zarandea y abofetea al herido para que vuelva en sí; ¡ay, hados del aciago destino!, en una de las cachetadas una pequeña placa de ateroma se desprende de la pared arterial e inicia un viaje peligroso hacia el cerebro del malhadado paciente, hasta que se enclava en una arteria de menor calibre, pero que nutre a la parte del encéfalo que se encarga de mantener los pulmones respirando, por lo que, privados de órdenes nerviosas, cesan de bombear valioso oxígeno al interior de los alveolos; a los pocos minutos, irremediablemente, se produce la defunción del susodicho, y el fin de esta historia.