Entendiendo como límite algo impuesto por ley, no debe haber ninguno. Esto debe funcionar como oferta y demanda. Ya se encarga la propia sociedad de aplaudir al humorista o de recriminarle su actuación, en cuyo caso cada uno toma nota de los editores, patrocinadores y grupos ideológicos que lo apoyan para así optar por productos de la competencia y saber a qué opciones no debe votar cuando llegue el momento. Por tanto, todo debe ser un ejercicio de absoluta libertad sin limitaciones: el humorista realizando su show y el público decantándose por el camino que crea conveniente.