Siempre lo supe: todos moriríamos. Estábamos tan muertos como los zombis incansables del exterior de la colonia. Por eso, cuando me repartieron la carta del traidor, me compadecí de los otros 4 grupos de supervivientes. Yo sabía la verdad.
A regañadientes me vi obligado a colaborar en los objetivos de la colonia durante los primeros dos días, haciendo barricadas hasta que me quedé sin fuerzas, y poniendo alimentos en el fondo común aunque pensase que me hacían más falta a mí…
El hecho de que el líder de mi grupo muriese en la primera tirada de dado de la primera incursión de la colonia, no hizo más que confirmar mis miedos: todos moriríamos. Fue entonces cuando asumí con dolor mi papel y comencé a robar cartas de los otros grupos de supervivientes con la excusa de buscar a un posible traidor, cruel ironía, cuando la negrura ya se había apoderado de mi alma.
Tanto Kririon, como Flint y Brontys dieron por válido mi argumento, pero claro, no apareció ningún traidor, y seguimos trabajando en la falsa creencia de que íbamos a sobrevivir.
Pasaron dos días más y las muertes accidentales se sucedían. Un Kririon ilusionado apuntó la posibilidad de que no hubiese ningún traidor en la partida, mientras yo construía barricadas cada vez más débiles y empecé a introducir trastos viejos en vez de medicinas para paliar una crisis.
Fue entonces cuando Brontys, en una buena argumentación y al recordar los viajes al botiquín que todos habíamos realizado, puso sobre la mesa la cruda realidad. Teníamos un traidor. En un generoso gesto, se ofreció a exiliarse él mismo junto conmigo para arrancar la mala hierba con seguridad. Genial jugada y aunque yo resultase exiliado, la moral ya estaba en 1, y el objetivo general lejos de cumplirse.
Con la careta quitada y exiliado, actué según mi nuevo objetivo Vengarme de todos para siempre. Fue un día después, cuando una carta de encrucijada hizo aparecer en mi exilio al propio Brontys, y aunque hablamos y nos abrazamos, mi odio era demasiado grande.
Cuando la moral bajó a 0, algunos recordaran que el fin de la colonia sobrevino de improviso, por una tirada de dado, por una encrucijada de mala suerte, pero esa suerte, ya estaba clara desde el principio.
Por eso, mientras escribo estas líneas y oigo a los zombis romper las puertas de la vieja escuela donde me escondo, encuentro la verdad: Siempre lo supe, todos moriríamos.
Eiiiiiii! Bona partida companys!!