Sobre todo por las mañanas, cuando al levantarme de la cama descubro con asombro las rodillas que crujen, la espalda que duele; cuando soy consciente de que tengo un cuerpo que cada vez tiene más fallos que no están cubiertos por la garantía. También por las noches, al volver del trabajo. Me quito los zapatos resoplando para poder desatar los cordones. La barriga que no tenía cuando era joven me aprieta el diafragma al agacharme. El tobillo derecho esta inflamado y me duele como un demonio. La cadera izquierda ha decidido que es un buen momento para explicarme los colores de la tendinitis. Voy al aseo a lavarme los dientes y apenas reconozco la cara del tipo en el espejo ¿Realmente soy yo? Leo un rato en la cama. Son las reglas de un juego que había prepedido hace un año y que acaba de llegarme. Relativamente sencillas, sin mecánicas complicadas. Al día siguiente -¡A los diez minutos, en realidad!- las he olvidado por completo.Lo dicho, me hago viejo.
Yo cuando me siento así me releo el mensaje de Gelete de hace ocho años en el que jura y perjura que nunca tendría niños, y se me pasan todos los males.