Me fastidia que lo friki ahora sea mainstream. Que las cosas que llevo haciendo 25 años y por las que me han insultado, se han reído de mí, llamado rarito y marciano ahora todo cristo diga que lo lleva haciendo toda la vida.
Pues no señor; hay quienes nos habíamos infiltrado en Gundabad o robado los planos del Xecutor de Darth Vader, jugado los huevos en el Ojo del Terror durante la Decimotercera Cruzada Negra y juntado un pollo con una polea cuando hacerlo te convertía automáticamente en el granujiento de la escuela, y no en el tipo guay que hace vídeos idiotas sobre las orejas de los elfos y a quien siguen 550.000 nengs (y negnas).
Así que cuando alguien viene a pontificarme sobre el último
juegaso de Star Wars, escribiendo con más faltas de ortografía que Álvaro Ojeda, o me viene a contar por qué los Balrogs no tienen alas, suelo recordar la sensación de acojone que se producía en la mesa cuando aparecía Vader o un Balrog aleteando, a saludar en el momento en el que tu madre abría la puerta para ofrecer emparedados.
Y también recuerdo los recreos en los que hablar sobre ello hacía que todo el mundo murmurase y te llamara rarito. No existía la palabra friqui, excepto para los que habíamos visto El Hombre Elefante o La parada de los Monstruos.
Por otra parte, quizá sea un gruñón y me esté haciendo mayor; a lo peor es que tengo envidia de que todo con lo que quise jugar de niño y adolescente ahora esté al alcance de la mano de cualquiera.