Sabía que este día tenía que llegar, y ha sido una gripe estacional la que me ha hecho ser por primera vez el jefe de la dotación. Tras recibir el aviso de incendio todos nos ponemos en marcha, cada uno de nuestros movimientos tiene un sentido, una función, perder el menor tiempo posible, estar preparados y tenerlo todo preparado para actuar cuando lleguemos al lugar del incendio. Como jefe de dotación yo tengo que recoger toda la información disponible sobre las circunstancias en las que ha comenzado el incendio, su desarrollo, si hay posibles víctimas que necesiten auxilio, las características del edificio, la distribución de efectivos, priorizar las actuaciones …, y sobre todo, por encima de todo hacer todo esto para que mi equipo corra el menor riesgo posible durante la intervención.
Todo el mundo se pregunta si tenemos miedo, si pensamos en todo lo malo que puede pasar. Claro que sí, claro que tenemos miedo, claro que pensamos en lo que puede pasar; pensamos en nuestros seres queridos, nuestra familia, nuestro amigos …, pero todos estos pensamientos ocurren antes de ponernos en marcha, antes de escuchar la sirena del aviso, suceden cuando estamos solos en el trabajo, o en casa mientras oímos de fondo a nuestros hijos jugar, o cuando estamos entrenando para que ser capaces de pensar cuando el traje ignífugo nos quema ligeramente la piel o cuando tenemos que avanzar a tientas dentro de la vivienda por que el humo no te deja ver ni tus manos.
Pero curiosamente, cuanto más cerca estás de intervenir, a medida que el humo está cada vez más cerca, más lejos están estos pensamientos de ti, hasta desaparecer por completo cuando bajas del camión. A partir de ese momento solo estás tú, con tus compañeros, con tu formación, con tu entrenamiento, y el humo, y el fuego y las víctimas.
Y cuando bajas del camión parece que el resto del mundo se para, vas a hacer algo que va en contra de toda lógica, de todo sentido común, de cualquier instinto de supervivencia, y lo haces no por ti ni por personas a las que quieres, sino por las vidas de desconocidos, por sus recuerdos, por sus ilusiones …
Ya estamos a mitad de camino, escuchamos las sirenas como si estuviéramos a kilómetros de ellas a pesar de estar dentro del camión. Los chicos tienen la mirada perdida, se revisan el equipo de manera automática, sin pensar, sin sentir. Saben que el fuego mata, y que el humo mata más, que en un incendio todo es susceptible de empeorar, que el fuego se esconde, se agita, espera y sobre todo, sorprende.
Saben que a pesar de todo pondrán en peligro sus vidas, por que cuando los vecinos del barrio, los policías y los equipos médicos nos ven confían en nosotros porque somos BOMBEROS.