Siento haberle robado una horica a su semana, así que abdico ( que ahora está de moda ) de mi baronetazgo en favor de
kei, flamante Baronet 205 y uno de los buenos murcianicos que se promulgan por estos lares:
¡Señoras y señores, en el culo tengo flores y en la picha caracoles!
... pero no hablemos más de mí... o quizá sí, ya que parece ser que he sido muy gentilmente seleccionado como Baronet por el amigo oladola, o lo que es lo mismo, para darme a conocer por estos lares respondiendo a vuestras indiscretas e impúdicas preguntas en la medida en que mi férrea educación de colegio católico me lo permita.
Bueno, antes de meterme con el resumen de mi trayectoria lúdica hasta día de hoy, sobre mí poco hay que decir: soy un murcianico que en breve alcanzará la treintena y que intenta ser profesor de historia... leches!, suena peor al leerlo que al oirlo, no se por qué, jejeje.
Mi evolución lúdica es bastante simplona. Desde pequeñico hasta entrar en la universidad subsistí gracias a los juegos tradicionales de toda la vida, cobrando especial relevancia el parchís, el poker, el trivial y el pictionary. Como dato curioso, comentar que con 6 o 7 años mi abuela me regaló el Heroquest y la Cruzada Estelar, siguiendo su teoría de que lo que le gustara a mi primo mayor rolero me gustaría a mi... resultado, que acabé mezclando las minis de ambos juegos y jugando con ellas como si de GiJoes o Legos se tratase, y nunca llegué a leer ni un renglón de sus reglamentos.
Me gustaría contar que mi primer acercamiento al mundillo fue con un Catán o un Aventureros al tren como la mayoría, pero la realidad es que el primer juego que llegó a la tienda de comics de mi barrio y que me abrió paso en este redil fue el Pingüinos & Cia, el cual compré para mi hermanica pequeña por lo majetes que pintaban los pingüinicos de la portada. Tras probarlo y, sobre todo, palpar y saborear esos pingüinicos de madera tan salaos, empecé a indagar por internet y empezó mi enfermiza obsesión con las tiendas online. Poco a poco fueron cayendo el Zombies!!, el Bang, el Jungle Speed y otros tantos.
Como mis amigos de toda la vida no terminaban de engancharse a estos nuevos juegos y no querían salir de lo de siempre, no me quedó más remedio que obligar a mis hermanos pequeños a jugar conmigo día sí y día también hasta que, loados sean los dioses, dí con este santo forico donde encontré un grupo de juego bastante apañao con el que juego 3 o 4 días a la semana, lo cual no está nada pero que nada mal.
Para los morbosos, comentar que mi desvirgue besekil fue en un antro de mal agüero llamado Kabuki donde, bajo una tenue luz al lado de una ruidosa timba de poker, me forzaron a creer que un cubito de madera era un guerrero y que el mismo cubito, pero de color azul, era un gaitero... y agárrate los machos, que si era verde era un monje!!! Me costó asimilarlo, pero visto está que la cosa me acabó gustando y repetí.. y repetí.. y repetí.. PD: El juego era el McRobber
Desde ese McRobber hasta hoy, mis gustos han ido cambiando notablemente. Empezaron gustándome a rabiar los muevecubos y detestando el azar de los dados, pero poco a poco, esos mismos dados que antaño me desesperaban en su azarosa danza, ahora me vuelven loco, habiéndose convertido los juegos de dadetes en una de mis debilidades. Me siguen gustando los euros (sobre todo si traen meeples de madera con formas bonicas), pero los dados me han conquistao, jejeje.
Junto a los jueguos de dadetes, en mi colección abundan los partys y los de destreza tipo Crokinole o Tumblin Dice, aunque sea una puñetera nulidad en todos y cada uno de ellos.
Y dicho lo que me gusta, toca decir lo que no... ODIO CON TODA MI ALMA los juegos de carreras y los cooperativos... aunque bien es cierto que en los cooperativos siento un placer indescriptible cuando perdemos. Me pone palote ver que las pandemias se extienden por el mundo o ver como la casica que mis compañeros y un servidor estamos itentando salvar del fuego se derrumba cubito negro a cubito negro
Y bueno, pasados los años heme aquí, con un hobby que se lleva gran parte de mi tiempo libre y dinero, con una colección que traté de mantener estable al llegar a los 200 juegos y que ahora se acerca peligrosamente a los 300, y, por encima de los cajas, los cubitos de madera y los dados, un grupo de juego en el que, salvando a algún detestable protozoo (sí, tú, melón), está formado por muy buena gente.
Ah, y las tres afirmaciones...
- En mi primera borrachera a los 16 años, tras mezclar en mi desconocimiento el vodka y el whiskey, acabé con un pedal importante. Nos dirigimos a una discoteca y como había una cola del copón y yo me estaba haciendo encima, acabé saliéndome de la cola y poniéndome en frente de una fila de palmericas que había a menos de 5 metros de la entrada de la discoteca. Total, que acabé sacándome la chorrica delante de unas 50 personas que estaban en la cola y, mientras con la mano derecha les saludaba a todos los de la cola como si del Papa se tratara, con la otra me sujetaba el asunto mientras meaba una por una todas las palmeras de la hilera.. sin perder de vista a la peña de la cola que no me quitaban ojo ni dejar de saludarles... ah! y supongo que debí ofender a alguien, porque escasos 10 minutos después le prendieron fuego a mi abrigo mientras lo llevaba puesto.
- Hace muchos veranos estaba yo con mi primo en un bar de la playa tomando una cervecica y me llamó mi hermano pequeño diciendo que fuera a su encuentro a la playa junto al puesto de socorristas porque un grupo de chavales les estaban siguiendo a él y a sus dos amigos. Total que me persono allí con mi primo y, en efecto, habían unos 6 chavales increpando a mi hermano y sus amigos. Tras un rato de intentar explicarles por qué no queríamos darles nuestros móviles, comenzaron los insultos, los empujones y, finalmente y como no podía ser de otra forma, la famosa navaja de turno. Acabamos a hostias limpias con ellos y un buen puñao en comisaría.
- Volviendo de Bilbao hace años con mi hermano y mi padre de ver un Athletic - Murcia, a la altura de Guadalix de la Sierra nos adelantó to follá una patrulla de la Guardia Civil, montó un control unos metros alante y fue dejando pasar a todos los coches hasta que llegó el nuestro y nos paró. Nos hicieron bajar a los 3 y mientras nos registraban el coche de arriba a bajo, uno de los 3 picoletos que nos estaban apuntando con las metralletas nos pregunta si llevamos algún tipo de sustancia ilegal y yo, con más chulería que sentido común, le respondo "llevamos polvorones" Tras encabronar al picoleto y tras muchas más preguntas, nos dejaron ir. Mi padre desde entonces es la anécdota que cuenta cuando sale el típico tema de conversación con los amigos de "mi hijo es el más tonto de todos porque..."