Era tan maravilloso el espectáculo aquella mañana de mayo del año 1910, en que nueve reyes montaban a caballo en los funerales de Eduardo VII de Inglaterra, que la muchedumbre, sumida en un profundo y respetuoso silencio, no pudo evitar lanzar exclamaciones de admiración. [...] Juntos representaban a setenta naciones en la concentración más grande de realeza y rango que nunca se había reunido en un mismo lugar y que, en su clase, había de ser la última. La conocida campana del Big Ben dio las nueve cuando el cortejo abandonó el palacio, pero en el reloj de la Historia era el crepúsculo, y el sol del viejo mundo se estaba poniendo, con un moribundo esplendor que nunca se vería otra vez.
"Los Cañones de Agosto", de Barbara W. Tuchman
Y tras ese crepúsculo llegó la noche. Una noche que arrasaría Europa y el resto del mundo a lo largo de las dos mayores guerras que la humanidad ha conocido. Hoy hace justo 100 años del atentado que precipitó el mayor desastre diplomático de todos los tiempos. A lo largo de los 4 años siguientes se movilizarían 66.000.000 de soldados, pero la guerra no terminó, solo se pausó para reanudar el conflicto 20 años después a una escala si cabe todavía mayor. Tras esas guerras las monarquías y potencias mundiales que durante siglos habían llevado las riendas del mundo se vinieron abajo. Europa perdió su hegemonía mundial y los imperios coloniales se desintegraron poco a poco. Tras la capacidad de destrucción de las nuevas armas empleadas en esas guerras, la humanidad empezó a ser consciente de la capacidad que teníamos para destruirnos a nosotros mismos como especie.
Bien podría decirse que el siglo XX empezó un día como hoy hace 100 años.