Continuamos con esta tendencia a reseñar "clásicos", que en este caso he probado por primera vez el pasado martes. Aunque lo de "clásico" sigue resultándome un concepto curioso para un juego que tiene apenas 12 años. Esto de los juegos de mesa tiene un "cronograma" que sigue sus propias leyes. Aunque sepamos que los juegos de mesa han sido utilizados por el ser humano al menos desde hace 5.000 años,
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y muchos hayamos crecido en los 70´ y 80´ jugando a lo que podríamos decir que son los padres de los juegos de mesa modernos, no es hasta mediados de los 90 (algo más tarde en España), cuando se extienden (no me atrevo a decir "se popularizan" porque aún estamos lejos del concepto, aunque diría que casi lo tocamos con las yemas de los dedos) estos nuevos juegos. Por eso no es extraño encontrar, por poner algún ejemplo, que un juego de 1996 sea considerado casi por unanimidad el mejor representante de una mecánica, las mayorías, y uno del 2000 lo sea de otra, la colocación de losetas.
Todo este "viejunismo" rancio en la introducción solo para decir que para muchos jugones, Saint Petersburg es posiblemente uno de los mejores exponentes del concepto
"combo", pero, aunque en la BGG lo llamen más concretamente
"set collection", yo disiento (valga la palabra) ya que diría que lo más característico de este juego es la
"creación de un motor de recursos/puntos", es decir, un combo como Feld manda.
Al turronazo:
El juego lo diseñó Bernd Brunnhofer y lo han publicado editoriales como Rio Grande y Hans im Glück. Pero sería profundamente injusto no citar a la ilustradora, Doris Matthäus, que nos ha regalado este diseño
digno de Bélmez.
¡¡¡Sustaco!!!El juego tiene el objetivo de todo buen euro: conseguir más puntos de victoria que el resto.
Y la secuencia de juego es un altar, un amplificador, una plataforma propagandística perfecta para llevar a la mecánica de la que hablamos a lo sublime a base de eliminar cualquier cosa que estorbe y centrar todo en el "motor":
1) Tenemos una cartas que cuestan billullis.
2) Por turnos cada jugador puede comprar una de esas cartas.
3) Al final de la ronda, cada jugador recibe los "ingresos" que le generan las cartas de esa ronda.
Y así todo el rato.
Hay tres tipos de cartas, con su mazo diferenciado, para cada ronda: verdes que suelen representan "trabajadores" y que generan ingresos en billullis,
azul que representan edificios y sobre todo generan puntos de victoria,
y naranjas que son "especialistas" con una combinación de puntos o dinero o efectos especiales.
Lo cierto es que hay un cuarto mazo, con cartas de los tres tipos, que para bajarlas debes "quemar" una del mismo color.
Este es básicamente el berenjenal que vais a ir montando para cobrar dinero, gastarlo en nuevas cartas etc etc etc.
Como os podéis imaginar hay alguna regla para aplicar "descuentos" a la compra de cartas, para reservas, así como una puntuación extra de progresión geométrica en función de las cartas naranjas diferentes al final de la partida, pero el grueso de las reglas es esto.
SENSACIONES
Creo que es ineludible remarcar que este juego destila esencia a combo por todos lados. Es un juego que trata de calcular en cada turno qué carta es la que más te compensa, y decidir si es momento de aumentar el "ingreso de puntos", el "ingreso de pasta" o si es el momento de guardar una carta para luego.
No hay otras mecánicas entrelazadas.
Creo que una palabra que define el juego es "pureza", "esencia", porque en el juego los combos son el "origen" y el "destino", el "alfa" y el "omega".
Y además es que está bien hecho, porque funciona como debe y, al igual que los coches gasolina de los 90, "está hecho para durar", para ser rejugable, y para tener una suficientes cantidad de combinaciones como para que sea impensable (al menos para un cerebro limitado, como es mi caso) pretender conseguir una "combinación invencible".
Honestamente, un juego que todo jugador debería probar.
Huelga decir que, personalmente, no es el tipo de mecánica que me entusiasme ni que sea la "niña mimada de mi colección", pero es un diseño claro, honesto, directo y que merece, además de ser disfrutado, el mayor respeto.