Creo que estamos discutiendo dos cosas diferentes. Una sería la satisfacción que tenemos como consumidores de juegos y otra, la pregunta original, la calidad del juego en sí mismo.
En el primer caso, el precio influye sin duda. Si pagamos 60 euros por un juego que al jugarlo no nos gusta o cuyos componentes nos parecen que no valen el dinero pagado, nuestro Índice de Satisfacción Lúdica (ISL™) será más bajo que si creemos que el precio y el producto están ajustados. Por supuesto siempre habrá gente que se sienta ofendida porque el precio de un producto que desean está por encima de sus posibilidades de compra, pero eso es irrelevante. Podríamos definirlo como Tasa de Insatisfacción Técnica (TIT™), y que se puede encontrar en cualquier foro de Internet.
Ahora bien, el cómo valoramos la calidad de un juego tiene un componente subjetivo. Ahí el esfuerzo económico realizado para comprarlo sí que puede influir en la valoración. Paradójicamente, cuánto más caro resulta un producto, más esfuerzo realiza el comprador para sentirse satisfecho con la compra. Esto es, si pagamos 80 euros por un juego haremos un mayor esfuerzo porque nos guste que si pagamos 40 euros. El motivo es que necesitamos justificar la inversión ante nosotros mismos y ante otros. Así, en teoría, haremos un menor esfuerzo para que nos guste el Carcassonne (19,95 euros PVP) que el Twilight Imperium (79 euros PVP).
Las empresas de marketing y publicidad trabajan con estos parámetros constantemente. De hecho, las marcas de lujo prefieren destruir producto a bajar el precio y saldarlo, ya que saben que se arriesgan en ses caso a que baje la satisfacción de sus consumidores primarios y dejen de comprar su marca.
Por supuesto, los procesos mentales de cada individuo son diferentes. Hay personas que toman la decisión consciente de no adquirir ningún producto que supere un cierto precio. Ahora bien, no es un instinto primario, sino producto de un proceso racional (o irracional, depende de como lo mires) en el que voluntariamente el consumidor se pone un límite. Puede estar motivado por un deseo de diferenciarse del resto de los consumidores; o por una auténtica carencia de medios económicos (por ejemplo, yo no puedo comprarme un Ferrari, así que ni me planteo si me atrae o no... si me toca la Primitiva, entonces empezaré a considerar si quiero comportarme como un noveau riche o prefiero adoptar el papel de excéntrico millonario y conducir un Ford Fiesta). Las empresas también saben eso, y preparan productos destinados a ese grupo de potenciales consumidores.
En fin, que nos gusta creer que somos racionales, pero al fin y a la postre funcionamos por criterios irracionales.