Mira hasta una obra que se estudia en las universidades hay consenso en que todo el mundo debe hablar bien ocurre lo de los gazapos y erratas. Y lo mejor es que se publican ediciones y nadie se molesta en corregirlas.
Leo esto en el boletín de la facultad de las ciencias inútiles (la solarística es la más importante de ellas, supongo)
http://www.albaiges.com/eulogologia/desaguisadosidiomaticos/gazaposquijote.htmBoletín Oficial de la Facultad de Ciencias Inútiles
Cátedra de Dasipología
Los gazapos en el Quijote
No se trata de poner en la picota al sublime Cervantes. Pero una cátedra como la nuestra no puede pasar por alto sus gazapos, aunque sólo sea para aliviarnos un poco viendo que también el ilustre manco era humano como nosotros.
El ama, la sobrina y el mozo
Dice Cervantes en el cap. I que “[el hidalgo] tenía «en su casa una ama que pasaba de los cuarenta y una sobrina que no llegaba a los veinte, y un mozo de campo y plaza que así ensillaba el rocín como tomaba la podadera”. El caso es que el mozo no aparece nunca más; no así el ama y sobre todo la sobrina, a quien Avellaneda había “matado” en su Quijote espurio, por lo que Cervantes se dio prisa en presentarla como viva. Se trata de uno de los muchos olvido de Cervantes, aunque, no han faltado interpretaciones tan retorcidas como ingeniosas. José Ramón Fernández de Cano y Martín opina que el gazapo no es tal, sino que la frase encierra una velada alusión erótica: el mozo «así ensillaba» y cabalgaba a la vieja (rocín, caballo de labor) «como podaba» (en metáfora agraria obscena) a la joven, con lo que se subraya una supuesta impotencia del valeroso hidalgo.
La mujer de Sancho Panza.
La mujer de Sancho Panza, en apenas cinco líneas de diferencia del capítulo VII de la primera parte se llama, sucesivamente, Juana Gutiérrez y Mari Gutiérrez. El autor de la segunda parte apócrifa, firmada con el seudónimo de Alonso Fernández de Avellaneda, escogió la segunda. En el capítulo LIX de la segunda parte, Don Quijote, después de hojear las aventuras que de él ha escrito Avellaneda, lo tilda de «ignorante», porque «yerra y se desvía de la verdad en lo más principal de la historia, porque aquí dice que la mujer de Sancho Panza mi escudero se llama Mari Gutiérrez, y no se llama tal, sino Teresa Panza». Esto suena a mera venganza contra el autor apócrifo, pues Cervantes prescinde en dicha segunda parte de los nombres anteriores y escoge el de Teresa, con sus variantes cómicas Teresona y Teresaina, pero se echa de ver, con la insólita apreciación de que este nombre fuera «lo más principal de la historia», que Cervantes elude su nuevo despiste cargándole el muerto al impostor Avellaneda, que quiso aprovecharse de su éxito.
El vizcaíno y los yangüeses
El capítulo X de la primera parte del Quijote se titula «De lo que más le avino a don Quijote con el vizcaíno y del peligro en que se vio con una caterva de yangüeses». Sin embargo, nada más se nos contará aquí del escudero vizcaíno a quien Don Quijote acababa de derrotar en el capítulo anterior, sino que el presente está dedicado a exponer un diálogo entre el hidalgo y su escudero; los yangüeses, desalmados arrieros de Yanguas que apalearán a don Quijote y Sancho, no aparecen hasta el capítulo XV. Parece que el error se debe a la intercalación, entre la aventura del vizcaíno y la de los yangüeses, del episodio bucólicopastoril de Grisóstomo y Marcela (capítulos XI-XIV), que en una fase previa de la redacción se ubicaría más adelante, cuando la acción de la novela transcurre en Sierra Morena. Estas recomposiciones y cambios de ubicación de ciertos episodios acarrearon más errores por falta de corrección y actualización.
El bachiller de ida y vuelta
El bachiller Alonso López, tras haber sido descalabrado por don Quijote, explica a éste que el misterioso cortejo nocturno al que acaba de atacar (capítulo XIX) no es en realidad sino un grupo de sacerdotes que trasladaban el cadáver de un caballero fallecido para su entierro en Segovia. Dicho esto, «se fue el bachiller». Poco después, sin embargo, otra intervención suya rompe abruptamente el diálogo entre Sancho y Don Quijote, como si no se hubiera ido. En ediciones posteriores, se arregló el gazapo intercalando, no muy convincentemente, “En esto volvió el bachiller”.
El enredo del rucio
En las ediciones del Quijote del año 1605, la aventura de los galeotes termina con que a Sancho le roban su rucio (cap. XXI). Pero sólo unas página más adelante dice Cervantes que “[Sancho] iba tras su amo sentado a la mujeriega sobre su jumento”, olvidando que se lo acababan de robar. El mismo error se repitió en otros lugares. Cervantes lo advirtió, y quiso corregirlo en la tercera edición (1608), pero sólo lo verificó en dos de los pasajes de los siete en que se había errado.
Más tarde, Sancho se refiere a «la libranza pollinesca», una letra de cambio para resarcirle de la pérdida del animal, de la que, según dichas versiones posteriores, tampoco se había dicho nada. Para colmo, el «jumento» reaparecía en los capítulos XLII y XLVI, sin que sepamos cómo lo recuperó Sancho. Esta incongruencia, objeto de burla en una comedia de Lope de Vega, respondería a la decisión de Cervantes de omitir el episodio del robo al dar el libro a la estampa, sin atinar a suprimir las referencias posteriores. En una edición revisada de 1605 añadió dos pasajes que relataban el robo y la recuperación del asno. Pero el primero, donde sale la «cédula de cambio», se ubicó mal, pues cae antes de la mención a «la falta del rucio». Un galimatías, vaya. En un guiño de la segunda parte, Sancho culpó del error a Cide Hamete o a los impresores[1].
El baciyelmo
Aparte de quitar el rucio a Sancho, Ginés de Pasamonte el condenado a quien acaba de liberar, «le quitó la bacía de la cabeza y diole con ella tres o cuatro golpes en las espaldas y otros tantos en la tierra, con que la hizo pedazos». No obstante, tres capítulos más tarde, en el XXV de la primera parte, al adentrarse en Sierra Morena, Don Quijote se la reclama a Sancho: «¿Traes bien guardado el yelmo de Mambrino, que ya vi que le alzaste del suelo cuando aquel desagradecido le quiso hacer pedazos pero no pudo?». Y así, entero seguirá el «baciyelmo», «almete de Malandrino» o «yelmo de Malino», que de tales maneras lo llama Sancho sin acertar nunca.
La espada ausente
Pero todavía, por lo visto, Ginés de Pasamonte había cometido más tropelías contra el pobre don Quijote. Habiendo accedido a auxiliar a la princesa Micomicona —en realidad la despechada Dorotea—, frente al usurpador gigante Pandafilando de la Fosca Vista, que pretendía asolar su reino, Don Quijote proclama su intención de «tajar la cabeza soberbia» de tan tremendo enemigo «con los filos desta no quiero decir buena espada, merced a Ginés de Pasamonte, que llevó la mía» (capítulo XXX de la primera parte). Es ésta la primera y única noticia que se tiene sobre el robo de la espada por parte del belicoso galeote. Pasamonte, sí, «le quitó la espada» al comisario real que guiaba la cadena de presos (capítulo XXII), pero en ningún momento se dice que hiciera lo mismo con la de Don Quijote. Cervantes, una vez más, pretendió inútilmente subsanar la incongruencia, como en otros casos, con explicaciones de Sancho en la segunda parte o con textos añadidos en ediciones posteriores.
El Caballero del Bosque y el Caballero de los Espejos
Estas denominaciones son aplicadas a distintos personajes a lo largo de la obra. En la primera parte, el enamorado Cardenio es llamado irónicamente «el Caballero de la Sierra», primero, y tres párrafos más tarde «el Caballero del Bosque» (capítulo XXIV). Ya en la segunda parte, el bachiller Sansón Carrasco aparece alternativamente como «el Caballero del Bosque» (como Cardenio) y «el Caballero de la Selva» (caps. XII y XIII). De todos modos, recordemos que “bosque” y “selva” se usaban como sinónimos en la época.
Pero el despiste mayor consiste en que otra denominación que Cervantes reserva para Sansón en el capítulo XIV, «el Caballero de los Espejos», quizá como reflejo o contrafigura de Don Quijote, se cuela en el título del capítulo XII. El hecho se debe, con toda seguridad, a que el título se puso después de la redacción del capítulo, cuando Cervantes ya veía a Carrasco más como Caballero de los Espejos que del Bosque.
Sancho Panza y Dulcinea
Sancho Panza es enviado en el capítulo XXV de la primera parte por su señor don Quijote para que entregue a Dulcinea una «carta de amores», mientras su señor se queda haciendo penitencia en Sierra Morena convertido en un doliente Beltenebros imitando a Amadís. El escudero acepta la misión tras deducir de las explicaciones del hidalgo que la dama no es otra que la labradora analfabeta Aldonza Lorenzo. «Bien la conozco», afirma Sancho, para luego describirla con cierta brutalidad: «Y sé decir que tira tan bien una barra como el más forzudo zagal de todo el pueblo. ¡Vive el Dador, que es moza de chapa, hecha y derecha y de pelo en pecho, y que puede sacar la barba del lodo a cualquier caballero andante, o por andar, que la tuviere por señora! ¡Oh hideputa, qué rejo que tiene, y qué voz! Sé decir que se puso un día encima del campanario del aldea a llamar unos zagales suyos que andaban en un barbecho de su padre, y, aunque estaban de allí más de media legua, así la oyeron como si estuvieran al pie de la torre…» Sancho no culmina el viaje al Toboso y, pese a tan detallada descripción, sufre de lo lindo cuando a su regreso debe inventar los detalles del encuentro con Dulcinea. Sobre todo, subraya Cervantes, porque, aunque «él sabía que Dulcinea era una labradora del Toboso, no la había visto en toda su vida» (capítulo XXXI), lo que no encaja con la descripción previa.
Más títulos de capítulo desajustados
Para dejar descansar a lector, Cervantes interrumpe el relato de la impertinente novela (al decir de Unamuno) El curioso impertinente, que el cura lee en voz alta en la venta de Palomeque. Sancho irrumpe dando voces en la sala de la lectura para avisar de que Don Quijote ha despertado de su sueño para emprenderla con el «gigante enemigo de la señora princesa Micomicona» (primera parte, capítulo XXXV). Al decir Sancho que ha visto «correr la sangre por el suelo», así como la cabeza cortada del gigante, «que es tamaña como un gran cuero de vino», el ventero comprende que el pobre hidalgo está destrozando sus odres llenos de vino. Una vez resuelto el enredo, el cura terminará con la lectura interrumpida. Sin embargo, por un error en la intercalación final de los títulos, el capítulo siguiente, el XXXVI, lleva como epígrafe Que trata de la brava y descomunal batalla que don Quijote tuvo con unos cueros de vino tinto; con otros raros sucesos que en la venta sucedieron, aunque la batalla esté más que terminada.
Los cien escudos perdidos
Sansón Carrasco se refiere a uno de los gazapos que se reprocharon a la primera parte del Quijote: «También dicen que se le olvidó poner lo que Sancho hizo de aquellos cien escudos que halló en la maleta en Sierra Morena, que nunca más los nombra, y hay muchos que desean saber qué hizo dellos, o en qué los gastó, que es uno de los puntos sustanciales que faltan en la obra» (capítulo III, segunda parte). Carrasco se refiere a la maleta de Cardenio encontrada en el capítulo XXIII de la primera parte, en la que, amén del dinero, había ropa del enamorado y sus lamentaciones en prosa y en verso. Cervantes, pasando de puntillas sobre su olvido, trata de ironizar calificando también la maleta de “punto sustancial”, y despacha el despiste con esta explicación de Sancho sobre los cien escudos: «Yo los gasté en pro de mi persona y de la de mi mujer y de mis hijos» (capítulo IV).
¿Hijos o hijo único?
En el capítulo XVI de la segunda parte, Don Quijote y Sancho encuentran por el camino al caballero a quien Cervantes denominará “del Verde Gabán”, quien se presenta con estas palabras a don Quijote: «Soy más que medianamente rico y es mi nombre don Diego de Miranda; paso la vida con mi mujer y con mis hijos y con mis amigos». Poco después, Don Quijote, retomando las últimas palabras de su interlocutor, glosa el valor de «tener muchos amigos» y «muchos y buenos hijos», y al preguntarle «cuántos hijos tenía», Diego de Miranda responde: «Tengo un hijo, que, a no tenerle, quizá me juzgara por más dichoso de lo que soy». Los hijos del Caballero del Verde Gabán se han reducido, pues, a este muchacho de 18 años que no piensa ni habla de otra cosa que no sea la poesía latina y griega y que, según su padre, no estudia nada de provecho. Muchos verán aquí un anticipo a los tiempos de hoy.
Desajustes cronológicos
Inminente su gobierno en la ínsula Barataria, Sancho escribe una carta a su mujer desde el castillo de los Duques con fecha «a veinte de julio 1614» (capítulo XXXVI, segunda parte). Más adelante, cerca ya del término de sus aventuras, Don Quijote y su escudero entran en Barcelona «la víspera de San Juan» (capítulo LXI). En un guiño temporal muy de su gusto, sitúa al lector en el mes en que se cree que se publicó la segunda parte apócrifa del Quijote, firmada por Alonso de Avellaneda, a la que se referirán algunos personajes en capítulos posteriores. Luego, al ubicar la acción en Barcelona, Cervantes, según Martín de Riquer, no resistió la tentación de contar con gran detalle los festejos de San Juan que había presenciado en su supuesta estancia en la ciudad en verano de 1610, aun rompiendo así la cronología.
Las constituciones del gran gobernador Sancho Panza
Desde su gobierno en la ínsula Barataria, Sancho se muestra activo y perspicaz: «Aquella tarde la pasó Sancho en hacer algunas ordenanzas tocantes al buen gobierno de la que él imaginaba ser ínsula» (segunda parte, capítulo LI). Tras enumerar la acción de gobierno de Sancho, el narrador concluye el capítulo así: «En resolución, él ordenó cosas tan buenas, que hasta hoy se guardan en aquel lugar, y se nombran ‘Las constituciones del gran gobernador Sancho Panza’». Sin embargo, tras renunciar al cargo, Sancho relata a los Duques cómo fue la experiencia y afirma: «Aunque pensaba hacer algunas ordenanzas provechosas, no hice ninguna, temeroso que no se habían de guardar, que es lo mesmo hacerlas que no hacerlas» (capítulo LI). El cervantista Daniel Eisenberg atribuye éste y otros despistes en el episodio de la ínsula a que tal vez existieron previamente estas constituciones”, y Cervantes terminó suprimiéndolas o las olvidó en esta parte de la novela, sin revisar el texto final.
¿Cuántas partes y salidas tiene el Quijote?
La primera parte del Quijote se divide a su vez en cuatro artificiosas partes, que responden menos a la lógica del relato que a la voluntad de Cervantes de satirizar las novelas de caballerías, en las que se seguía esta práctica. Así, aunque conste de cuatro partes, el Quijote de 1605 tiene una unidad de acción, en la que figuran dos salidas del caballero. De ahí que Cervantes se refiera, en la primera frase de su entrega de 1614, a «la segunda parte desta historia y tercera salida de don Quijote» (capítulo I), olvidándose de las cuatro partes de 1605. Sin embargo, en el último párrafo de la novela, leemos que la muerte ha impedido a Don Quijote «hacer tercera jornada y salida nueva: que para hacer burla de tantas como hicieron tantos andantes caballeros, bastan las dos que él hizo» (capítulo LXXIV). La confusión aumenta: ¿Cuatro o cinco partes, dos o tres salidas? Es de suponer que Cervantes quiso una vez más desautorizar a Avellaneda considerando unificar partes y salidas con las respectivas ediciones de 1605 y 1614.
Josep M. Albaigès, abr 05
(A partir de la relación efectuada por Miquel Salinas y las notas de la Historia de la literatura universal de Martín de Riquer y José María Valverde)
(Ilustración Panorama Quijotesco, de Joaquín Valero Turcios)
[1] Sobre el enredo del rucio dicen Martín de Riquer y José María Valverde en su Historia de la literatura universal (tomo 5, pág. 106):
En el capítulo 23 don Quijote, arrepentido, y Sancho, temeroso de la Santa Hermandad, se refugian en sierra Morena. En este capítulo aparece un significativo embrollo editorial: en la primera edición, dos capítulos más adelante, Sancho se lamentaba inexplicablemente de la falta de su querido asno. Este enigma se aclaró cuando, en edición de pocos meses después, Cervantes revisó su obra, sin lograr arreglar el asunto del todo: aquí, en el capítulo 23, intercaló un pasaje en que se cuenta cómo Ginés de Pasamonte, por la noche, le robó el asno a Sancho mientras dormía; ello requería otros retoques consecuentes, de los cuales unos se hicieron en la edición de 1608 y otros no se hicieron nunca (por ejemplo, más adelante —capítulo 30— se dice que Ginés también le robó la espada a don Quijote). Asimismo, en esa revisión de 1605 se añadió en el capítulo 30 otro pasaje contando cómo recuperó Sancho su asno. Pero aquí Cervantes se ha equivocado también y ha situado el robo antes de lo oportuno, dejando que todavía aparezca el asno más de una vez antes de que Sancho lo eche de menos. Geoffrey Stagg, investigando este asunto con agudeza digna de su compatriota Sherlock Holmes, sugiere que el robo, en el plan original, iba a ocurrir al final del capítulo 12, pero luego Cervantes habría trasladado —como ya se indicó— a los capítulos 11 al 14 los episodios de los cabreros, los pastores y el muerto de amor, antes en el área sucesiva al actual capítulo 25; y en cuanto al robo, el autor, simplemente, decidió suprimirlo o se olvidó de él, sin buscarle sitio adecuado, o traspapeló el episodio en la imprenta, dejando sólo el lamento de Sancho en el capítulo 25. A1 darse cuenta, tuvo que añadir los pasajes necesarios, pero —quizá por culpa del impresor—, se pusieron antes de su sitio, aparte de olvidar otras correcciones derivadas. Y entonces Cervantes ya no quiso corregir más: en el segundo volumen del Quijote, capítulo 3, se habla del error, y en el capítulo 4 se achaca a descuido del historiador o del impresor —del impresor, se insiste en el capítulo 26—. (Hartzenbusch, en su edición, en el siglo XIX, sitúa el robo en el capítulo 25, con toda lógica; pero con ello se pierde el sentido del humor con que Cervantes se hizo cargo de la equivocación.) Lope de Vega, que ya veremos que tenía motivos para molestarse con el Quijote, se burla de la excusa cervantina en su comedia Amar sin saber a quién, donde, poco después de aludir al Quijote, un personaje que ha perdido una mula dice:
Decidme della, que hay hombre que hasta de una mula parda saber el suceso aguarda,
la color, el talle y nombre. O si no, dirán que fue olvido del escritor.
Todo este enredo puede parecer poco importante, sobre todo si se lee el Quijote siguiendo la casi corregida edición de 1608, pero ilustra muy bien la actitud de Cervantes hacia su propia obra, su ligereza bienhumorada y su ausencia de pretensiones de gran arte.