Compré el juego antes de leer esta magnífica reseña de
elqueaprende. La razón principal que me llevó a ello fue esa vibrante mecánica que ya experimenté en mis carnes jugando al Maria: el Bluffing.
Tus ojos se moverán nerviosos de tu mano al tablero. Tratarás de emparejar tu escasez de cartas en cuanto a número con las vastas posibilidades que te ofrece el invertirlas para mover a tus tropas, llamar a refuerzos o batallar ¡Cómo impone ver las columnas de los ejércitos de Tokugawa! Moviéndose por carreteras, comprometiendo tus pasos y asfixiando a tus lejanos castillos, demasiado distantes de tus fuentes de tropas y de tus intereses principales.
Algunos de ellos los dejas en silencio a su suerte. No lo dices en voz alta pero sabes que sus guarniciones están perdidas. No les enviarás a ningún refuerzo y semanas antes de que que caigan esos castillos ya has decidido traicionarles; presenciarás mirando hacia otro lado su lenta agonía. Pero los clanes que se muestran leales a ti también estarán dispuestos a abandonarte cuando más los necesites. Os animo a ver la película de
Ran para visualizar la crudeza, drama e ira que puede generar esto.
Después de la masacre y posiblemente de vuestra retirada, los traidores os volverán a jurar una lealtad de la misma consistencia que la anterior. Los sentirás ajenos a tu causa, culpables de tu derrota y aún así los aceptarás porque los necesitas.
Siendo Ishida Mitsunari partiste de Osaka oculto a las tropas de Tokugawa Ieyasu. Tomaste las riendas de 40.000 soldados y dejaste a tu hijo en casa, lejos de la crueldad de la guerra. Te ocupaste de tomar los recursos que necesitabas, de espantar a los ejércitos menores y de huirle al enemigo allí donde era fuerte. Pero no contaste con llegar a un punto donde regresar se volviese imposible, tal vez por el bloqueo de otro ejército mayor o por el riesgo que supondría abandonar ese punto estratégico.
Y entonces ves cómo el fanático Tokugawa Ieyasu entra en Osaka, donde está tu hijo solo y apenas defendido, buscando tu cabeza para poner fin a un drama que ya cuenta con demasiados miles de muertos. Has llevado refuerzos pero no son suficientes. Podrías hacer una ataque desesperado por levantar el sitio, pero tan pronto como la montaña de tu ejército se mueve, el resto de enemigos lo hace contigo.
No hay palabras para describir la sensación que produce el cuadro que se dibuja sobre el tablero, lleno de columnas negras y un flaco reducto amarillo en Osaka, en una épica batalla donde sabes hasta dónde puedes apostar pero donde no puedes poner la mano en el fuego por la lealtad de ninguno de los que se hacen llamar tus hombres.
No hace falta vender la buena presencia que desprende Sekigahara en todos sus componentes pero sí que os animo a que redondeéis la experiencia con una buena banda sonora, como la de la película de
Ran de manos del compositor Tōru Takemitsu.
Cuando pierdo me quedo sin habla y me dan ganas de salir de casa con los ojos desorbitados, gritando: Saburo, Saburo...
Salud a todos.
Elque, sigue escribiendo reseñas.