Cuenta la leyenda que en los inicios el ser humano tenía la sabiduría de la divinidad, pero que no supo utilizarla correctamente. Dicen que, como castigo, los dioses se la retiraron y decidieron esconderla en algún lugar recóndito al que sólo se pudiera llegar con verdadero esfuerzo. Buscaron en las montañas más altas, en los abismos de los océanos, en el centro de la Tierra. Todos parecían demasiado accesibles. Finalmente optaron por ocultarla allí donde los altivos mortales nunca podrían imaginar: en el interior del propio ser humano.
No se sabe a ciencia cierta el origen de esta hermosa leyenda, pero curiosamente describe lo que algunos estudiosos de la mente comienzan a estudiar y descubrir en los últimos tiempos. Unos hablan de intuición, otros de inconsciente sin más, también de inconsciente adaptativo. Incluso improvisación. Poco importa el nombre, lo cierto es que hace algún tiempo que pseudo científicos y psicólogos siguen la pista de esa misteriosa capacidad humana que permite tomar decisiones instantáneas siguiendo exclusivamente las indicaciones de las vísceras y que resultan, en muchos casos, más acertadas que las que surgen de una profunda reflexión.
Un buen detective debe aprender a confiar en sus corazonadas y en su mordaz instinto… si así lo hace, seguramente se llevará ¡grandes sorpresas! Las corazonadas tienen que ver con la intuición, el cual es un recurso con el que todos contamos. De nosotros depende escucharle o dejarle conducir solamente por el análisis racional. Un buen detective de salón debe saber encontrar valor a todas esas ideas, por alocadas que sea, que pululan en su propia guía interior. Por supuesto que es importante reconocer la utilidad innegable de la mente analítica, pero es necesario darse cuenta de que darle una hegemonía absoluta en nuestra vida puede tener consecuencias desfavorables.
La intuición, en muchas ocasiones, nos hace navegar por aguas impredecibles. Y es fácil de entender ya que conforme se van conociendo más datos acerca del enigma que nos ocupa la realidad cambia, los detectives que lo investigan cambian y por tanto también ineludiblemente cambian su intuición. Por tanto, hay que saber “escuchar la intuición” como una decisión continua en cada momento del caso, si claro está deseamos obtener sus beneficios al máximo. Y es más no sólo se trata de estar abiertos y receptivos para que aparezca y nos muestre sus sospechas, sino también de buscarla activamente, aprender a situarnos en el lugar y momento adecuado, y convocarla apropiadamente para solicitar su orientación.
Pongamos un ejemplo. Entre los muchos casos que se podrían citar se encuentra el de un conocido historiador del arte con un talento muy especial para detectar falsificaciones. Su técnica era literalmente visceral, algo que aparentemente sacaba de quicio a sus colegas, y es que era incapaz de explicar o de dar pruebas concretas sobre lo que había visto en una obra para determinar que no era auténtica. Parece que en una ocasión, en los tribunales, las únicas justificaciones que dio para su dictamen fueron cosas como que sintió malestar de estómago, que le zumbaron los oídos o que se mareó. El historiador de arte sabía “escuchar su intuición” y siempre le funcionaba.
Sólo la verdad nos hará libres. Abrirnos a la intuición implica estar dispuestos a que las cosas no sean como queremos o imaginamos. Por eso hay que ser valientes; trabajar por el autoconocimiento, estar familiarizados con los propios estados de ánimo subjetivos y con las trampas en las que habitualmente caemos; ser conscientes, aprendiendo a discernir qué es verdadero y qué es falso y a separar todo aquellos que realmente nos importa del caso; saber escuchar al diálogo interior, centrándonos en esas preguntas y respuestas acerca del caso que se dan todo el tiempo en nuestra mente y que constantemente nos están preocupando; y confiar en los mensajes, síntomas e impulsos centrados que realmente nos enseñarán aquello que es auténtico. Si eres capaz de aislar todo esto, posiblemente, la intuición funciona para resolver muchos de los enigmas planteados. El saber hacerlo es todo un arte y requiere aprendizaje.