David Finch, el sueño americano

DAVID FINCH:  EL SUEÑO AMERICANO

David Finch fue el mayor de los dos hijos de Giuseppe Finchotto, un adinerado burgués italiano, y Gloria Jameson, hija de una rica y poderosa familia irlandesa, que se había casado con él sin el consentimiento de sus padres.

Como estudiante fue muy regular, quizás porque su ambición y su talante adocenado le hacía serlo. Tuvo unos magníficos tutores que captaron su especial talante y estimularon el interés innato que el joven tenía por los medios de comunicación, especialmente por la publicidad.

Cuando David tenía 18 años, y tras haber aprobado sobresalientemente su examen de acceso a la Universidad de Georgetown, montó su propio negocio de publicidad, con la ayuda financiera de su padre, donde pudo comenzar a experimentar el placer personal de cautivar y engañar a las personas a través de los anuncios publicitarios.

Cursó sus estudios de comunicación en las universidades de Georgetown, Oxford (como becario) y Yale, donde en 1993 se licenció en marketing y publicidad.

Cuando tenía 22 años, cambió su apellido legalmente por el de Finch, que era un recorte de su apellido original, para evitar su italianismo, y abrirse paso en un marcado país patriótico. 

Fue por aquel entonces cuando conocería a su ex-mujer. Con 23 años se casó para divorciarse 6 meses después, no sin antes haberla dejado embarazada de un precioso hombrecito que continuaría la saga familiar. Tras este fracaso matrimonial Yvonne le odia y no le permite ver a su hijo porque considera que su comportamiento es siempre negativo y destructor para las personas que le rodean. Sin embargo, David Finch hace todo lo posible (desde la oscuridad) para que no le falte nada a Christian (por supuesto sin el consentimiento de su madre). Es algo que considera de vital importancia, y posiblemente sea la única pasión noble que le mueva en este mundo competitivo.

En la actualidad David parece el típico ejecutivo agresivo yuppie del distrito financiero: por la mañana, antes de ir al trabajo, pasa un largo tiempo dedicándose al meticuloso cuidado y puesta en forma de su cuerpo. En la empresa no se sabe exactamente qué hace, ni si hace algo, dedicado como está básicamente en concertar citas por teléfono para conseguir nuevos clientes adinerados para su gabinete, intentar reservar mesa en el restaurante más exclusivo de la ciudad, o aconsejarle a su secretaria qué ropa tiene que ponerse para estar más sexy.

Su vida no parece excitarle demasiado hasta que descubre su gusto por el sexo desacerbado. Así que, por la noche, David Finch se convierte en un caníbal de sexo. Nadie sospecha que Finch es un monstruo porque su conducta externa encaja perfectamente con su estatus social. Si pudiéramos comprender  y percibir a través de su mirada los oscuros motivos que hacen actuar así, veríamos una mente desequilibrada y enferma. Es un ejecutivo agresivo cuya insulsa vida la lleva a buscar emociones fuertes en el sexo (sadomasoquismo). 

En un mundo moralmente plano en el que la ropa tiene más sentido que la piel, David Finch es un espécimen soberbiamente elaborado que cumple todos los requisitos de «Master del Universo», desde el diseño de su vestuario hasta el de sus productos químicos. Es inteligente, audaz, hipócrita, ambicioso, perfeccionista, metódico y detallista e incluso hasta obsesivo. Es prácticamente perfecto, como casi todos en su mundo e intenta desesperadamente encajar en él. Siempre aparenta ser encantador cuando la realidad es bien distinta.

En su trabajo como Director de Publicidad de la rama televisiva de una famosa agencia publicitaria de Los Ángeles: la Blue Wave Corporation, su máxima preocupación es tener la tarjeta de visita más selecta y perfecta de entre todos los engominados ejecutivos que acuden a las reuniones, y continuar escalando posiciones en la escala laboral hasta llegar a ser el Director General, por ello el único miedo o preocupación que ronda la cabeza de David Finch es el fracaso, tanto personal como profesional. Él aspira a lo más, y no conseguirlo sería el fin para él. El afán de poder es algo que marca sus metas por encima de todo, es su obsesión.

Cuando más intenta ser como cualquier otro hombre adinerado de Beverly Hills (donde reside), más anónimo se vuelve y menos control tiene sobre sus terribles ideas y su insaciable sed de sexo y perversión, adentrándose en una vorágine en la que prostitutas de lujo y/o mujeres anónimas que seduce y adula con su verborrea y su atractivo físico es todo lo que necesita. Odia la incompetencia y la imperfección de muchas personas que le rodean. Todo tiene que ser perfecto a su alrededor. No cabe duda que ese es uno de los motivos que hace que en su oficina haya un continuo ir y venir de secretarias. Muchas son ellas mismas las que dejan el trabajo por chocar contra el fuerte carácter  de David Finch.

Es evidente que los actos nocturnos de Finch no son más que una fantasía llena de sexo y violencia para abstraerse de su vida cotidiana. De ahí que los dibujos de su agenda sean muy parecidos a los actos sexuales que «ha cometido» y sean un fiel reflejo de lo que ronda por la mente enferma de David Finch.

 
UN DÍA EN LA VIDA DE DAVID FINCH

Cada día me despierto con las primeras luces del amanecer. Mi dormitorio tiene un enorme ventanal que da a la bahía que permite que entren los rayos de sol. En la cama, llevo puesto un pijama de seda de Ralph Lauren, y cuando me levanto me pongo una antigua bata de tela escocesa y me dirijo al cuarto de baño. Meo mientras trato de distinguir mi reflejo en el cristal del anuncio del partido de béisbol enmarcado encima del retrete. De niño recuerdo que quería ser jugador de béisbol profesional. Gracias a Dios, cambie de opinión.

Nada más levantarme me visto con un chándal Adidas y unas deportivas de atletismo con burbuja de aire marca Rebook con la sana intención de correr haciendo footing, como cada día, los 5 kilómetros matutitos por Orange County, mi lugar de residencia. Se trata de una zona situada inmediatamente al sur del condado de Los Ángeles cerca del parque Disneylandia en Anaheim, y las playas. Mi mansión está en Newport Beach, la mayor y más elegante playa del Orange County. Por muchos está considerada como la capital de la Gold Coast. Está en una elegante zona residencial moderna y muy lujosa, a unos cuantos kilómetros al sur de Hutington Beach, y tiene unas vistas impresionantes. De hecho desde la ventana de mi dormitorio puedo ver en el horizonte la península Balboa.

Pongo en el discman Panasonic el nuevo CD de KISS, Psycho Circus. Desde que se han vuelto a juntar los miembros originales del grupo se ha despertado, en mi opinión, un fanatismo desproporcionado entre sus nuevos fans. Desde mi niñez ha sido mi grupo preferido, y odio tener que escuchar comentarios de anormales que no entienden de música y se guían o rigen por las modas. La canción “You Wanted The Best” es mi preferida de este disco. El bajo de Gene Simmons es contundente, y la batería de Peter Criss espectacular. En ocasiones he llegado a escucharla diez o doce veces seguidas. 

Cuando regreso a casa recojo el ejemplar del USA Today y Los Ángeles Times que han dejado en la puerta y lo llevo al cuarto de estar, donde realizo dos tandas de cien flexiones y cincuenta abdominales mientras escucho las últimas noticias en el telediario matinal de la CBS.

Después de cambiarme, poniéndome unos pantalones de boxeador Calvin Klein y un jersey Fair Isle y deslizar los pies dentro de unas zapatillas de seda con diseño de lunares de Enrico Hidolin, yendo al cuarto de baño, me sujeto una bolsa de hielo de plástico a la cara e inicio los ejercicios de estiramientos de la mañana. Echo un poco de Plax fórmula antiplaca en un vaso de acero inoxidable y me enjuago con él la boca durante treinta segundos. Luego pongo Rembrandt en un cepillo de dientes de concha de tortuga falsa, empiezo a cepillarme los dientes, uso el hilo dental y me enjuago con Listerine. Luego reviso mis manos y uñas usando un cepillo y una lima de uñas. Me quito la bolsa de hielo y uso una loción limpiadora y dilatadora de los poros, luego una máscara facial de hierba de menta que me dejo puesta diez minutos mientras depuro las delicadas uñas de los dedos de los pies. Me quito la máscara facial con una esponja renovadora de menta.

En la ducha, primero uso un gel limpiador, luego un limpiador corporal de miel y almendra, y para la cara, un gel exfoliador. El champú Vidal Sassoon es especialmente bueno para quitar las escamas de sudor seco, las sales, aceites, suciedad y contaminantes aéreos que pueden cargar el pelo y dañar el cuero cabelludo, lo que hace que parezcas mayor. El acondicionador también es bueno. Los fines de semana o antes de una cita importante, prefiero usar el champú revitalizante natural, acondicionador y complejo nutriente Greune, y el acondicionador Complex. Son preparados que contienen D-panthenol, un factor de complejo de vitamina B, polisorbate 80, un agente limpiador para el cuello cabelludo, e hierbas naturales.

Una vez fuera de la ducha y después de secarme con la toalla, vuelvo a ponerme los pantalones de boxeador de Calvin Klein, y antes de echarme el Mouse A. Raiser, una crema de afeitar de Pour Hommes, me aplico una toallita caliente en la cara durante dos minutos para ablandar los pelos de la barba. Luego siempre me pongo un hidratante (Clinique es el que prefiero) y lo dejo actuar durante un minuto. Luego me aplico la crema de afeitar con una brocha de pelo de marta que facilita el afeitado al ablandar la barba. Siempre humedezco la hoja con agua caliente antes del afeitado y me afeito en la dirección que crece la barba, apretando suavemente la piel. Dejo las patillas y la barbilla para el final, pues las patillas son más duras y necesitan más tiempo para ablandarse. Enjuago la hoja y quito el exceso de agua antes de empezar. Después me echo agua fría ala cara para suprimir cualquier rastro de espuma. Debe usarse una loción para después del afeitado sin alcohol o con muy poco. No debe usarse jamás colonia para la cara, pues su elevado contenido de alcohol reseca la piel y te hace parecer mayor. Luego me aplico un tonificante antibacteriano sin alcohol con un algodón humedecido en agua para normalizar la piel. Aplicar hidratante es el paso final. Antes de aplicar una loción emoliente para suavizar la piel y proteger el hidratante me enjuago la cara con agua. Luego aplico Gel Apaissante, fabricado también Pour Hommes, que es una excelente loción sedante de la piel para eliminar las molestas escamitas. 

En mi armario decido que el traje que me pongo hoy sea de Alan Flusser. Es un traje de los ochenta, que es una versión puesta al día del estilo de los treinta. La nueva versión ha ensanchado los hombres, ampliado el pecho, y recorta la espalda. Las solapas blandas deben de tener unos diez centímetros de ancho con las puntas terminando cerca de las hombreras. Utilizadas adecuadamente en los trajes cruzados, las solapas en punta se consideran más elegantes que las menos marcadas. Los bolsillos tienen un diseño de doble ancho. Los tirantes se ajustan perfectamente atrás. La corbata es de seda con lunares, diseñada por Valentino Coutere. Los zapatos son mocasines de cocodrilo de A. Testoni, y los calcetines de punto negro de Yves Saint Laurent. Los zapatos, los trajes, los deportivos y los restaurantes es lo único que soporto de mis raíces italianas. Mientras me visto, en la televisión aparece el programa de Party Winters con invitados de lo más extravagantes y patéticos. Hoy entrevistan al imbécil de John Hope, el actor de cine de acción que puebla las pantallas de cine cada Navidad, para que los adolescentes descerebrados tengan que hacer algo en sus vacaciones. No entiendo como el gobierno americano permite que se emitan cierto tipo de programas en la televisión. La televisión basura nos inunda.  

En el parking interior cojo mi Ferrari Testarossa color rojo y me dirijo como cada mañana a La Poubelle en el 5907 de Franklin Avenue. Una brasserie con camareros (y música) franceses y carta con crépes y otras delicias galas. Desayuno un bollo de salvado, un sobrecito de té de hierbas sin cafeína y una caja de avena y salvado de Kellogs. Luego tomo dos Advil, un complejo vitamínico y una tableta de potasio, tragándolos con una botella grande de agua mineral sin gas Font Vella que hago que me traigan expresamente desde España. Finalmente, tomo en una copa de cristal el zumo de limón y pomelo natural  recién exprimidos para que así no pierdan sus propiedades.

Sobre las 9 de la mañana llego a mi despacho en la Blue Wave Corporation en el 515 de Grand Avenue de Los Ángeles, a escasos metros del Hotel Biltmore –uno de los clásicos de la ciudad- en pleno Distrito Financiero. Mis apariciones en la oficina durante los últimos meses han sido bastante esporádicas. Desde que fui ascendido a Director Ejecutivo de Publicidad de la rama televisiva de la empresa mi vida ha cambiado drásticamente. Mi única obsesión es hacer ejercicio, levantar pesas, follarme a las tías más impresionantes de California y, reservar mesa en restaurantes de lujo nuevos en los que ya había estado, y luego cancelarlas. Paso la mayor parte del tiempo tumbado en mi mansión viendo videos musicales, a manos de mi Ferrari o en el asiento trasero de los taxis, en los clubes deportivos por el día, o nocturnos por la noche, en salas de cine, restaurantes de lujo o en la cama de alguna putita con ganas de follar.

Me siento enfrente de mi mesa de despacho Palazzetti con la parte de arriba de cristal, mirando el monitor de mi Macintosh con las Ray-Ban puestas, masticando Nuprin. No entiendo de ordenadores pero el MacIntosh hace juego con la mesa. Tengo una gran resaca después de un pasón de coca que empezó de modo bastante inocente la noche pasada en The Arches en el Pacific Coast Hwy y Newport Boulevard, con Charles Hamilton, Andrew Spencer y Chris Stafford, y luego continuó hacia las doce y media en el Studio One, una discoteca gay en el 652 de Looper Drive  Los cuatro jinetes del Apocalipsis se mofaron de nuevo y se dieron de hostias con los putos maricones que frecuentan la discoteca.

Evelyn llama por mi tercera línea telefónica y no voy a descolgar, pero como utilizo la segunda línea para saber si Claude, el maître del Checkers Restaurant -el restaurante del hotel Wyndham Checkers y uno de los más lujosos y caros de la ciudad- puede conseguirme mesa para esta noche de modo que Courtney (la belleza que fue portada de la Sport Illustrated del mes de enero que tengo por la primera línea) y yo podamos cenar, lo descuelgo con la esperanza de que sean los de la tintorería –la última prostituta a la que fustigue en la cama me ensució el traje de Armani-. Pero no, es Evelyn y, aunque la verdad es que no me parece bien hacerle esto a Courtney, respondo a su llamada. Le digo a Evelyn que estoy hablando por la otra línea con mi preparador físico privado. Luego le digo a Courtney que tengo que responder a una llamada de Paul Owen -un petimetre de la Blue Wave– y que me veré con ella en el Checkers Restaturant a las ocho, y luego dejo de hablar con Claude, el maître. Evelyn me ruega que cenemos juntos esta noche visiblemente nerviosa. Quedo en su casa a las once, pues según parece que la mujer que vive en el apartamento contiguo al suyo la encontraron muerta ayer por la noche,  decapitada, y por esto esta trastornada. Llamo por teléfono a Gloria’s para que le envíen dos docenas de rosas rojas a Evelyn con una tarjeta dedicada en mi nombre. Eso me dará algunos puntos de ventaja para llevármela a la cama.

Jean, mi secretaria, que está enamorada de mí, entra en mi despacho sin llamar, anunciando que tengo que asistir a una importante reunión empresarial a las once. Es curioso que esta haya aguantado más de un mes. La reunión es sumamente importante, esta en juego la publicidad de la Universal.  

Antes de dejar mi despacho para la reunión tomo dos Valium con Perrier, y luego me aplico una crema limpiadora en la cara con unos algodones, y después un hidratante. Me perfumo con Hugo Boss. Me lavo los dientes, me enjuago la boca y, cuando me sueno la nariz, espejos hilillos de sangre y mocos manchan un pañuelo de cuarenta y cinco dólares de Hermès que, por desgracia, no era un regalo. Tomo cerca de diez litros de Font Vella al día y voy al salón de bronceado con regularidad así que una noche de juerga no ha afectado a la suavidad de mi piel ni su tono de color. Mi cutis todavía es excelente. La primera impresión acerca de la imagen de un ejecutivo por parte de un cliente poderoso es lo más importante.

Soy el primero que llega a la sala de juntas. Luis Carruthersme sigue como un perrillo faldero, un segundo después, y ocupa el asiento junto al mío, lo que significa que voy a tener que quitarme el discman. Poco a poco llegan el resto de ejecutivos. Tras una hora de discusiones, y porque no decirlo, mentiras, conseguimos la representación de la corporación de la industria del cine. Un gran éxito para la empresa- no cabe duda- y, otro éxito personal que apuntar en mi currículum.

Como, como cada día, en el Bernard’s en el 506 S Grand Ave –el restaurante de cocina continental del Hotel Biltmore– con las únicas personas del gabinete que soporto. Charles Hamilton, Andrew Spencer y Chris Stafford son igual o más grimpeurs que yo. El resto de trabajadores de la Blue Wave Corporation son patéticos y mediocres. Con mis amigos comparto trabajo, aficiones y club social. Para comer elegí las ostras escalfadas, la lota y la tarta de nuez por recomendación del camarero. El vino para acompañar un Don Perignon del 73. Apunto en el Palm Pilot que debo ponerme a dieta.

Regreso a la oficina para zanjar un almuerzo para mañana en el Caspian Cuisine en el 205 de Broadway con Bethany -una morena de pelo rizado que fue chica Playboy el verano pasado, no recuerdo si en julio o en agosto-. Odio la comida rusa o persa y, en especial, el sturgeon kebab, y el arroz pilau con caviar, que se supone que son las especialidades de la casa, pero a Bethany le encanta este puto sitio. En mi opinión este bombón sexual se ha pasado con la silicona de sus pechos, pero en la cama gana bastante. Es casi tan fogosa e insaciable como yo, aunque eso sí todavía no ha nacido ninguna mujer que pueda extasiarme. Certifico que mañana por la tarde tengo un partido de squash en el Anaheim Tennis Center con Richard Harris. Fuimos juntos a Exeter, luego fuimos juntos a la Universidad de Yale. Me he apostado cien dólares a que no es capaz de ganarme ningún juego. Espero que se acuerde de traerme los diez gramos de cocaína que le presté para su fiesta privada el fin de semana pasado. Desde que un ridículo sacerdote hispano le disparará en una trifulca con un Colt tiene un pulmón perforado que no le permite oxigenar adecuadamente. La iglesia en la actualidad es totalmente decadente, y ha perdido todos los pocos valores sobre los que se sostenía. Sólo hay que ver la Catedral de Cristal construida por el reverendo protestante Robert Schuler en Anaheim, a pocos minutos de mi residencia. Todo un alarde de arquitectura para que 10000 feligreses puedan recibir un estúpido sermón. Richard fue el que me recomendó que leyera un libro de Bret Easton Ellis. American Psycho es toda una guía de supervivencia para un ejecutivo, y como tal es el libro que tengo en la cabecera de la cama. Lo habré leído decenas de veces. Patrick Bateman es el ejecutivo al que aspiro a llegar e idolatro. Me han llegado rumores que están rodando una película, pero como todo, supongo que será tan falso como que Madonna iba a interpretar L.A. Confidencial. De ser verdad sólo espero que tengan el buen gusto de no elegir a John Hope como protagonista. Todavía recuerdo la tortura de esta mañana contando los entresijos de su último rodaje. Hay que ser anormal para no darse cuenta que sus registros interpretativos son nulos.

Salgo de la oficina a las cuatro y media, apresuradamente me dirijo con el deportivo al Anaheim Tennis Center, donde hago ejercicios con pesas durante media hora, luego práctico el full contact para eliminar estrés junto a Charles Hamilton, a quien por cierto le meto una paliza deportivamente hablando. Finalmente, una sesión de media hora de sauna y baño turco para eliminar las impurezas de la piel y las grasas. El sudor envejece.

Del club atravieso media ciudad hasta al Miyako Inn en el 328 E de First St.en el Little Tokyo, para que me hagan un tratamiento facial, la manicura y, si el tiempo lo permite, la pedicura. A las siete me tumbo en la mesa de una de las salas privadas esperando a Mai, la especialista en piel, para que me haga un tratamiento facial. La bata que tengo que ponerme yace en el suelo junto a la ducha, pues quiero que Mai se fije en mi cuerpo, en mi pecho, que vea lo tremendos y perfectos que se me han puesto los abdominales desde la última vez que estuve aquí, aunque ella es mucho mayor que yo –puede que tenga alrededor de treinta y cinco años- un día de estos me la podré llevar a mi apartamento de Beverly Hills para follármela. No hay nada como una putita oriental para eliminar estrés.

Minutos después me encuentro tomando una Diet Pepsi que Misako, el ayudante, me ha traído, con hielo frappé en un vaso, que he pedido pero no quiero. Miro mi Rolex de oro. No voy a llegar a tiempo a la cita con Courtney. Amablemente la llamo con mi móvil Nokia Comunicator diciéndole que me ha surgido un asunto de negocios de imprevisto y que llegaré media hora tarde.

A las ocho y media estamos sentados uno frente al otro en el Checkers Restaturant. Courtney lleva una chaqueta de rayón de Anne Klein, una falda de crepé de lana, una blusa de seda de Bonwit’s, unos pendientes antiguos de oro y ágata de James Robinson que cuestan, aproximadamente, unos cuatro mil dólares. La cena es sumamente aburrida, Courtney es sumamente atractiva, pero el tópico de rubia tonta se le puede aplicar a la perfección. No se puede mantener una conversación interesante con ella de más de cinco minutos seguidos. Tras soportarla durante más de una hora y media. Me disculpo aludiendo que mañana tengo un almuerzo importante y debo acostarme pronto.

Con mi Ferrari a 150 millas por hora por la Interestatal 405 llego al apartamento de Evelyn en Long Beach. Casi he tenido un accidente por culpa de un grupo de moteros anormales que se me han cruzado de carril. Se piensan que montando una Harley son más machos que el resto y que pueden hacer lo que les plazca en la carretera. Menos mal que lleve el deportivo a una revisión recientemente y los discos de freno estaban en perfecto estado. A Estados Unidos lo levanta directivos con carreras universitarias como yo, y no subnormales a lomos de una moto, con una moral estancada en los años 70, la moda hippie, y el pacifismo en contra de la supremacía norteamericana. Mano dura y ley marcial es lo que se necesita en este país que esta siendo invadido por inmigrantes, prostitutas y delincuentes.

Subo en el ascensor, y llamo al timbre. Cuando me abre la puerta Evelyn observo como está bajo los efectos de la coca. Su picardías de Versace es de lo más sensual y despierta rápidamente el lívido en mí. Sin más preliminares le llevo a la cama y la violo, no sin antes afeitarle el coño. Hago que se tumbe en el futón mientras le meto el dedo y me lo chupo, y de vez en cuando le lamo el ojo del culo. Luego me chupa la polla –tiene la lengua caliente y mojada y no deja de darle golpecitos al glande, poniéndome nervioso- mientras le llamo puta asquerosa. Me pongo el preservativo Durex -nunca se sabe que ha tenido esta zorra entre las piernas-, le unto el ano de vaselina, empiezo a darle por el culo y a manosearle el clítoris, hasta que, por fin, jadeando, se corre. Después de la tercera raya de la noche Evelyn se queda dormida, momento que aprovecho para largarme a mi residencia.

Hoy ha sido un día tranquilo. Espero que mañana Bethany me de grandes satisfacciones. La última vez no me dejo esposarla a la cama. La putita esta me está saliendo algo cara –pienso-. Tendré que llevarla a Frederick’s of Hollywood a que se compre toda la lencería de seda que quiera y así ablandarla para conseguir tenerla comiendo de mi mano. Grabo en la Palm Pilot que mañana tengo que concertar una cita con Angus McGlynn para el fin de semana. Necesito que me alquile un yate de lujo para organizar una fiestecita a unas cuantas millas de la costa, sin patrullas de la policía incordiando. Son las 24:00h. Buenas noches.

Una biografía para Unknown Armies.
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