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Artículos sobre «El Club de los Martes».

Arsénico sin compasión

Arsenic Jars

«Pero la señorita Marple, meneando la cabeza con obstinación, miró de hito en hito a sir Henry.
-Estoy en lo cierto, ¿no? Lo veo muy claro. Los cientos de miles… la crema aromatizada… quiero decir
que no se puede pasar por alto.
-¿Qué es eso de la crema y los cientos de miles? -exclamó Raymond.
Su tía se volvió hacia él
-Las cocineras siempre ponen «cientos de miles» en la crema, querido -le dijo-. Son esos azucarillos rosa y blancos. Desde luego, cuando oí que había tomado crema para cenar y que el marido se había referido en una carta a cientos de miles, relacioné ambas cosas. Ahí es donde estaba el arsénico, en los cientos de miles. Se lo entregó a la muchacha y le dijo que lo pusiera en la crema.»
«Srta. Marple y 13 problemas» AGATHA CHRISTIE

Arsenic VialNo cabe duda que en en siglo donde «la Gran Bretaña victoriana fue envenenada en el hogar, trabajo y clubes», hay un montón de casos criminales donde el arsénico se utilizaba para acelerar las herencias, tapar las bocas hambrientas y despejar el camino en una carrera empresarial. El arsénico era fácil de comprar (media onza – suficiente para matar a 50 personas- sólo costaba un centavo, el mismo precio entonces que una taza de té o la entrada a un baño público), era fácil de administrar y sobre todo muy eficaz, y esa fue precisamente la razón de que el arsénico fuera en la época victoriana la herramienta de elección para los asesinos y los suicidios por igual.

Tan popular era como método criminal en la época que incluso los médicos de la reina Victoria tuvieron que esforzarse por encontrar nuevas formas para determinar en una autopsia si la víctima había sido envenenada en realidad por arsénico, o sufría de cólera (enfermedad que muestra síntomas parecidos). Los abogados de la acusación y la defensa en el Old Bailey estaban muy interesados en estas investigaciones.

Green DressPero lamentablemente, que el arsénico estuviera presente en un cadáver no significaba necesariamente que hubiera algo turbio detrás (por lo menos, no para dictaminar una condena por asesinato clara). Durante todo el siglo XIX prácticamente todo lo que los victorianos tocaban estaba mezclado con arsénico. Si no se consumía accidentalmente el polvo blanco ya que fácilmente se confundía con el azúcar o la harina (recordad además que había una alta tasa de alfabetismo); se podía encontrar en el papel tapiz verde de sus salones y terrazas (conocida es la historia donde en 1879, la reina Victoria, ordenó que todos los papeles tapices verdes en el Palacio de Buckingham debían ser eliminados ya que hizo un dignatario de visita, que pernoctaba en palacio durante la noche, se sentía muy enfermo); los soldados británicos en la India, lo mezclaban con pimienta negra para crear la píldora Tanjore, un popular antídoto para las mordeduras de serpientes; los médicos lo prescribían con frecuencia como una cura para afecciones como el reumatismo, gusanos (tenias) y las náuseas del embarazo; para la limpieza de los rebaños de ovejas; la fabricación de velas; la elaboración de cerveza (estaba presente en la glucosa que se usaba en las cervecerías durante el proceso de fermentación de la mezcla); la taxidermia; como plaguicida para eliminar voraces ratas o molestas moscas; como líquido para embalsamar; en los tintes de color verde de los vestidos de crinolina que eran signo de elegancia y tan de moda estaban en la época; cremas, champúes para revertir la calvicie y tratamientos de belleza (Dr Simms Arsenic Complexion Wafers and Medicated Arsenic Soap); pastillas para subir la líbido (la viagra victoriana); colorantes usados para pintar juguetes y lapiceros (verde de Scheele); e incluso por increíble que parezca como coloración para los alimentos.

the Arsenic CenturyPor eso, si se quiere profundizar más en el interesante mundo relacionado con el veneno más mortífero del s. XIX recomiendo leer «the Arsenic Century: How Victorian Britain was Poisoned at Home, Work, and Play» de James C. Worthon (435 páginas). Es una lectura (en inglés) excitante y apasionante, donde un neófito puede entender con relativa facilidad las explicaciones científicas que se dan sobre la detección de arsénico en las víctimas y las distintas descripciones o sintomatologias de las intoxicaciones por arsénico (los aprensivos igual lo van a pasar mal con su lectura). Hace especial hincapié en una nueva carrera criminal de envenenadores por arsénico y como estos lo usaban con instrumento de muerte y agonía, y por ende, la aparición paralela de una nueva raza de detectives: los médicos toxicólogos. Dedica un capítulo a contar los envenenamientos casuales por exposición a multitud de elementos cotidianos que lo contenían y los inevitables envenenamientos industriales. Y expone multitud de datos y curiosidades sobre el arsénico. En definitiva, el libro perfecto para documentar algún caso para «El Club de los Martes».

Harrod’s

Harrod's

Fue uno de los primeros grandes almacenes surgidos en el siglo XIX y, uno de los más importantes de la época. Surgió en base a una pequeña tienda de ultramarinos situada en el Oeste de Londres (se trataba de una serie de almacenes individuales unidos entre sí en Brompton Road) y que Charles Digby Harrod heredó de su padre.

Gracias al empujón de la Gran Exposición de 1851 el comercio de calidad se trasladó a la zona de West End, dónde se ubicaba dicho almacén. Por ello ya en 1868 empleaba a 5 vendedores y tenía una facturación semanal de 1.000 libras, y en 1880 a 100. Cuando en 1889 se creó la Sociedad Anónima contaba ya con 140.000 libras esterlinas.

Harrod´s fue además uno de los primeros almacenes que abogó por los derechos de sus trabajadores, sobre todo tras la contratación de Richard Burdidge quien, estableció una jornada laboral de 7 horas con un descanso semanal los jueves a partir de las cuatro de la tarde. Hasta entonces las jornadas laborales se alargaban de lunes a domingo de 6/8 de la mañana (dependiendo del lugar) hasta las 10 de la noche, a excepción de los sábados en los que la jornada se alargaba hasta medianoche (horarios de los trabajadores de mercerías). Todo ello incluso antes de que en torno a 1894 se aprobara en el Parlamento la “Ley sobre horas de trabajo en los almacenes”, por la cual se prohibía el empleo de jóvenes más allá de 74 horas por semana.

No fue únicamente precursor en cuestiones laborales si no también en otros aspectos como la instalación de escaparates hacia la calle alumbrados con luz de gas que dejaban encendidos toda la noche y en 1898 instaló una escalera eléctrica a la vez que cajas registradoras, luz eléctrica… .

A pesar de todo su éxito, el señor Harrod era poco dado a la publicidad, había puesto anuncios en prensa, había repartido octavillas y en 1870 había impreso su primer catálogo pero siempre se negó con rotundidad a anunciar su almacén con hombres-sandwich o pregoneros.

Sin embargo, su éxito pronto le derivó a un gran problema, la expansión. Ya que la desmesurada urbanización le había reducido las posibilidades de comprar los terrenos adyacentes para expandirse por lo que opto por hacerlo a lo alto, así en 1873 añadió dos pisos más a la estructura original (de esta forma evitaba también el aumento de los impuestos).

Harrod's 1909

Ofrecía productos de buena calidad que atraían a gente acomodada, además cada producto venía etiquetado con un precio fijo y si no satisfacía al cliente se le reembolsaba el dinero o se le cambiaba el producto. Por otra parte vendía entre un 15 y un 20 % más barato que los pequeños comercios, y cada determinado tiempo hacían saldos (duraban entre cuatro y seis semanas) para deshacerse de los stocks. Incluso llegó a establecer un sistema de crédito para gente de confianza. Además, todo aquello que se compraba en los almacenes era enviado a la casa del comprador al día siguiente.

Dichos productos se colocaban en estanterías a las que el cliente tenía acceso por lo que, el vendedor ya no iba al cliente, el cliente iba al vendedor cuando tenía una duda.

En el catálogo de 1895 contaba ya con más de 75 secciones desde los primigenios ultramarinos al salón de peluquería, pasando por el alquiler de coches o la oficina de empleados del hogar.

CHARLOT, M./ MARX, C. (Dir). : “ Londres 1851-1901”. La era victoriana o el triunfo de las desigualdades”. Editorial: Alianza.

La prostitución en el Londres victoriano

La prostitución en el Londres victoriano

La prostitución en el Londres decimonónico era algo de lo más habitual, llegándose a calcular un número de 2.000 mujeres dedicadas a ello en los barrios bajos, y ya en torno los años cincuenta, las estadísticas policiales llegaron a contabilizar hasta 8.600 (lejos de la cifra dada por la prensa que rondaba las 120.000). Sin embargo la clandestinidad implícita del acto provocará que el número total de prostitutas sea desconocido.

La mayoría de estas prostitutas eran mujeres de muy diversa nacionalidad (aunque predominaban las alemanas y las irlandesas, sobre todo en el ejército), y se dedicaban a ello exclusiva o parcialmente (muchas mujeres se dedicaban a la prostitución después de finalizar su horario laboral, y eran conocidas como las dollymops). Y a pesar de lo que se pensaba en la época, la mayor parte de ellas se dedicaban a ello por placer. Ya que los salarios de la mayor parte de los trabajos eran excesivamente bajos, las costumbres ligeras (entre las clases bajas el sexo no estaba tan mal visto por lo que una vez comenzaban, y descubrían que ganaban más dinero, no lo abandonaban), la vanidad (era la única forma de lograr vestidos que no fueran de sarga o complementos de todo tipo), los empleos sedentarios combinados con la falta de ejercicio físico y finalmente la ausencia, en la mayoría de los casos, de cualquier tipo de atención por parte de los padres.

Muchas de ellas, comenzaban prostituyéndose en las calles con una clara ansia de promoción social. La gran mayoría de ellas no lo lograba pero, anhelaban como un sueño la obra de “la Quilla”, hija de un marinero irlandés de Liverpool que sedujo al marqués de Harlington, al duque de Devonshire (quien la instaló en una casa en Mayfair), a Sir Edwin Landser y a Alfred Austin. En los años sesenta marchó a París y se la pierde de vista tras su relación con Achille Fould. Otras prostitutas conocidas por casarse con un aristócrata fueron Laura Bell, Agnes Willoughby y Kate Cook.

Pero la realidad es que la mayor parte de las prostitutas no tenían dinero casi ni para subsistir.

Solían ubicarse sobre todo en los barrios más pobres del East End, destacando sobre todo Whitechapel, aunque también podíamos encontrarlas cerca de teatros, centros de ocio masculinos, y en burdeles de mejor o peor categoría. Cada noche podían llegarse a juntar hasta más de 500 más allá de Regent Street. Es más, a partir de las tres de la tarde, era casi imposible que una mujer honesta bajara de Haymarket hasta el Strand.

Iban excesivamente maquilladas, con mucho colorete y polvos en la cara, vestidos parecidos a los de las damas pero de colores más chillones y de telas más baratas (aparte de que esos vestidos solían estar sucios). Llevaban sombreros con plumas exageradas y la ropa interior utilizada era reducida a la más mínima expresión.

La prostitución en el Londres victorianoDe todas formas muchas mujeres ejercían la prostitución en contra de su voluntad, por lo general en burdeles o casas, y muchas de ellas sin haber alcanzado siquiera la edad núbil. Ya fuera por haber sido vendidas, entregadas como pago o por haber sido seducidas (aunque tan sólo un 4 % se podrían enclavar en esta categoría según Merrick). En este tipo de burdeles se tendían a hacer subastas de estas mujeres, siendo las que mayores precios obtenían las niñas vírgenes que no habían alcanzado la edad núbil.

Una gran fuente de información para hacernos una idea más clara, fue la obra llevada a cabo por el Reverendo G.P. Merrick, capellán en la prisión de Millbank, en 1890. Calculó que más del 90 % de las prostitutas encarceladas eran hijas de obreros semi o no especializados, y más de la mitad de ellas había trabajado como criada.

Ya refiriéndonos a las prostitutas acogidas en los centros de caridad, podría decirse que más o menos el 60 % vienen de familias monoparentales, ya fuera por muerte de uno de los progenitores o a que se desconociera el padre. Y la edad media a la que se declaraba haber perdido la virginidad era a los 16 (pero tan sólo entre las anglicanas que sabían leer y escribir). Aunque lo normal es que una mujer comenzara a dedicarse a la prostitución a partir de los 18 – 19 años.

Esta edad es algo más elevada gracias a sucesivas leyes por las que la edad núbil de las niñas aumentaba, así hasta 1871 eran los 12 años, después ese mismo año se pasó a 13 y a partir de 1875 a 16 años. Esa legislación más represiva, llevó también a crear asilos para prostitutas, a disminuir notablemente el número de “casas de tolerancia” ubicadas principalmente en la Avenida Radcliff (el cierre de esos locales provocó el traslado masivo de prostitutas a terrazas de los Music Hall, sobre todo a partir de 1860), y finalmente en 1885 a castigar el trato de blancas, imponiéndose penas carcelarias y multas a los propietarios de locales, así como a aquellos hombres que mantenían amantes.

De todas formas, la prostitución no era legal, pero a pesar de la Metropolitan Police Act de 1839, por la que se intentó erradicar de las calles, no se logró mucho. Es más, se llegó al punto de que los ciudadanos respetables las defendían por el trato recibido por la policía.

Se crearon así numerosos hogares y asilos para prostitutas, en los que se pretendía que dejaran atrás su trabajo y se reintegraran en la sociedad. En Mayhew por ejemplo había 19, con nombres tan rimbombantes como “el asilo para mujeres arrepentidas de Gran Bretaña”, también podíamos encontrar en Islington o en Euston Road. Muchas de las mujeres que salían de estos centros solían ser enviadas a las colonias como criadas, dónde la mayoría volvía a reincidir.

La prostitución en el Londres victorianoOtro de los grandes problemas de la prostitución fue la transmisión de enfermedades venéreas, llegándose a establecer que más de un tercio de las enfermedades sufridas por el ejército británico eran de este tipo. Lo que llevó a que entre 1864 y 1869 se votaran leyes para controlar la expansión de este tipo de enfermedades, leyes que se aprobaron en más de 11 ciudades con guarnición y puertos comerciales, pero no en Londres. Se estableció que toda aquella prostituta que quisiera trabajar en estos lugares debía declarar su actividad y, por lo tanto, entrar a formar parte de una lista. Cualquiera de ellas que levantara sospechas de poseer algún tipo de enfermedad debía ser sometida inmediatamente a un examen médico, de no superarlo se le prohibiría continuar prostituyéndose, pero si se negaban a someterse a ese examen serían conducidas hasta un juez. Toda prostituta declarada enferma debía ser ingresada en un hospital supuestamente especializado y que recibía el nombre de lock hospital.

El problema en Londres fue que desde un principio se acusó unilateralmente a las prostitutas de la transmisión de este tipo de enfermedades. Lo que provocó un gran movimiento de afinidad hacía ellas encabezado por Josephine Buttler, esposa de un director de escuela de Liverpool, y por el que se terminó reclamando el derecho a que la mujer tomara la iniciativa para poder enfrentarse a las normas sexuales establecidas por la sociedad. 16 años después y con un gran apoyo masculino lograron que la anterior ley fuera derogada por ser un ejemplo de discriminación sexual.

Este movimiento llegó incluso a hacer eco en las damas de la burguesía, que llegaron a declarar que el matrimonio no estaba excesivamente lejos de la prostitución. Además aseguraron que sin castidad masculina, nadie debía esperar castidad femenina, o sino que dejando atrás la moral establecida en la época, se dejara a una dama satisfacer sexualmente a su esposo.

La prostitución homosexual también existía, pero la rígida moral de la época la supeditaba a burdeles clandestinos, o a los rincones más oscuros del West End.

CHARLOT, M./ MARX, C. (Dir). : “ Londres 1851-1901”. La era victoriana o el triunfo de las desigualdades”. Editorial: Alianza

Cómo escribir un cuento policíaco

G.K. Chesterton

Por Gilbert Keith Chesterton (1874-1936). Ensayista y escritor de ficción inglés. Sus obras se siguen leyendo con el mismo sabor de siempre. El perro mueve la cola ante El candor del padre Brown y El hombre que fue jueves.

Que quede claro que escribo este articulo siendo totalmente consciente de que he fracasado en escribir un cuento policíaco. Pero he fracasado muchas veces. Mi autoridad es por lo tanto de naturaleza práctica y científica, como la de un gran hombre de estado o estudioso de lo social que se ocupe del desempleo o del problema de la vivienda. No tengo la pretensión de haber cumplido el ideal que aquí propongo al joven estudiante; soy, si les place, ante todo el terrible ejemplo que debe evitar. Sin embargo creo que existen ideales para la narrativa policíaca, como existen para cualquier actividad digna de ser llevada a cabo. Y me pregunto por qué no se exponen con más frecuencia en la literatura didáctica popular que nos enseña a hacer tantas otras cosas menos dignas de efectuarse. Como, por ejemplo, la manera de triunfar en la vida. La verdad es que me asombra que el título de este articulo nos vigile ya desde lo alto de cada quiosco. Se publican panfletos de todo tipo para enseñar a la gente las cosas que no pueden ser aprendidas como tener personalidad, tener muchos amigos, poesía y encanto personal. Incluso aquellas facetas del periodismo y la literatura de las que resulta más evidente que no pueden ser aprendidas, son enseñadas con asiduidad. Pero he aquí una muestra clara de sencilla artesanía literaria, más constructiva que creativa, que podría ser enseñada hasta cierto punto e incluso aprendida en algunos casos muy afortunados. Más pronto o más tarde, creo que esta demanda será satisfecha, en este sistema comercial en que la oferta responde inmediatamente a la demanda y en el que todo el mundo esta frustrado al no poder conseguir nada de lo que desea. Más pronto o más tarde, creo que habrá no sólo libros de texto explicando los métodos de la investigación criminal sino también libros de texto para formar criminales. Apenas será un pequeño cambio de la ética financiera vigente y, cuando la vigorosa y astuta mentalidad comercial se deshaga de los últimos vestigios de los dogmas inventados por los sacerdotes, el periodismo y la publicidad demostrarán la misma indiferencia hacia los tabúes actuales que hoy en día demostramos hacia los tabúes de la Edad Media. El robo se justificará al igual que la usura y nos andaremos con los mismos tapujos al hablar de cortar cuellos que hoy tenemos para monopolizar mercados. Los quioscos se adornaran con títulos como La falsificación en quince lecciones o ¿Por qué aguantar las miserias del matrimonio?, con una divulgación del envenenamiento que será tan científica como la divulgación del divorcio o los anticonceptivos.

Pero, como a menudo se nos recuerda, no debemos impacientarnos por la llegada de una humanidad feliz y, mientras tanto, parece que es tan fácil conseguir buenos consejos sobre la manera de cometer un crimen como sobre la manera de investigarlos o sobre la manera de describir la manera en que podrían investigarse. Me imagino que la razón es que el crimen, su investigación, su descripción y la descripción de la descripción requieren, todas ellas, algo de inteligencia. Mientras que triunfar en la vida y escribir un libro sobre ello no requieren de tan agotadora experiencia.

En cualquier caso, he notado que al pensar en la teoría de los cuentos de misterio me pongo lo que algunos llamarían teórico. Es decir que empiezo por el principio, sin ninguna chispa, gracia, salsa ni ninguna de las cosas necesarias del arte de captar la atención, incapaz de despertar o inquietar de ninguna manera la mente del lector.

Lo primero y principal es que el objetivo del cuento de misterio, como el de cualquier otro cuento o cualquier otro misterio, no es la oscuridad sino la luz. El cuento se escribe para el momento en el que el lector comprende por fin el acontecimiento misterioso, no simplemente por los múltiples preliminares en que no. El error sólo es la oscura silueta de una nube que descubre el brillo de ese instante en que se entiende la trama. Y la mayoría de los malos cuentos policíacos son malos porque fracasan en esto. Los escritores tienen la extraña idea de que su trabajo consiste en confundir a sus lectores y que, mientras los mantengan confusos, no importa si les decepcionan. Pero no hace falta sólo esconder un secreto, también hace falta un secreto digno de ocultar. El clímax no debe ser anticlimático. No puede consistir en invitar al lector a un baile para abandonarle en una zanja. Más que reventar una burbuja debe ser el primer albor de un amanecer en el que el alba se ve acentuada por las tinieblas. Cualquier forma artística, por trivial que sea, se apoya en algunas verdades valiosas. Y por más que nos ocupemos de nada más importante que una multitud de Watsons dando vueltas con desorbitados ojos de búho, considero aceptable insistir en que es la gente que ha estado sentada en la oscuridad la que llega a ver una gran luz; y que la oscuridad sólo es valiosa en tanto acentúa dicha gran luz en la mente.

Siempre he considerado una coincidencia simpática que el mejor cuento de Sherlock Holmes tiene un titulo que, a pesar de haber sido concebido y empleado en un sentido completamente diferente, podría haber sido compuesto para expresar este esencial clarear: el título es «Resplandor plateado» («Silver Blaze»).

El segundo gran principio es que el alma de los cuentos de detectives no es la complejidad sino la sencillez. El secreto puede ser complicado pero debe ser simple. Esto también señala las historias de más calidad. El escritor esta ahí para explicar el misterio pero no debería tener que explicar la propia explicación. Ésta debe hablar por sí misma. Debería ser algo que pueda decirse con voz silbante (por el malo, por supuesto) en unas pocas palabras susurradas o gritado por la heroína antes de desmayarse por la impresión de descubrir que dos y dos son cuatro. Ahora bien, algunos detectives literarios complican más la solución que el misterio y hacen el crimen más complejo aun que su solución.

En tercer lugar, de lo anterior deducimos que el hecho o el personaje que lo explican todo, deben resultar familiares al lector. El criminal debe estar en primer plano pero no como criminal; tiene que tener alguna otra cosa que hacer que, sin embargo, le otorgue el derecho de permanecer en el proscenio. Tomaré como ejemplo el que ya he mencionado, «Resplandor plateado». Sherlock Holmes es tan conocido como Shakespeare. Por lo tanto, no hay nada de malo en desvelar, a estas alturas, el secreto de uno de estos famosos cuentos. A Sherlock Holmes le dan la noticia de que un valioso caballo de carreras ha sido robado y el entrenador que lo vigilaba asesinado por el ladrón. Se sospecha, justificadamente, de varias personas y todo el mundo se concentra en el grave problema policial de descubrir la identidad del asesino del entrenador. La pura verdad es que el caballo lo asesinó.

Pues bien, considero el cuento modélico por la extrema sencillez de la verdad. La verdad termina resultando algo muy evidente. El caballo da título al cuento, trata del caballo en todo momento, el caballo está siempre en primer plano, pero siempre haciendo otra cosa. Como objeto de gran valor, para los lectores, va siempre en cabeza. Verlo como el criminal es lo que nos sorprende. Es un cuento en el que el caballo hace el papel de joya hasta que olvidamos que una joya puede ser un arma.

Si tuviese que crear reglas para este tipo de composiciones, esta es la primera que sugeriría: en términos generales, el motor de la acción debe ser una figura familiar actuando de una manera poco frecuente. Debería ser algo conocido previamente y que esté muy a la vista. De otra manera no hay autentica sorpresa sino simple originalidad. Es inútil que algo sea inesperado no siendo digno de espera. Pero debería ser visible por alguna razón y culpable por otra. Una gran parte de la tramoya, o el truco, de escribir cuentos de misterio es encontrar una razón convincente, que al mismo tiempo despiste al lector, que justifique la visibilidad del criminal, más allá de su propio trabajo de cometer el crimen. Muchas obras de misterio fracasan al dejarlo como un cabo suelto en la historia, sin otra cosa que hacer que delinquir. Por suerte suele tener dinero o nuestro sistema legal, tan justo y equitativo, le habría aplicado la ley de vagos y maleantes mucho antes de que lo detengan por asesinato. Llegamos al punto en que sospechamos de estos personajes gracias a un proceso inconsciente de eliminación muy rápido. Por lo general, sospechamos de él simplemente porque nadie lo hace. El arte de contar consiste en convencer, durante un momento, al lector no sólo de que el personaje no ha llegado al lugar del crimen sin intención de delinquir si no de que el autor no lo ha puesto allí con alguna segunda intención. Porque el cuento de detectives no es más que un juego. Y el lector no juega contra el criminal sino contra el autor.

El escritor debe recordar que en este juego el lector no preguntará, como a veces hace en una obra seria o realista: ¿Por qué el agrimensor de gafas verdes trepa al árbol para vigilar el jardín del medico? Sin sentirlo ni dudarlo, se preguntará: ¿Porque el autor hizo que el agrimensor trepase al árbol o cuál es la razón que le hizo presentarnos a un agrimensor?. El lector puede admitir que cualquier ciudad necesita un agrimensor sin reconocer que el cuento pueda necesitarlo. Es necesario justificar su presencia en el cuento (y en el árbol) no sólo sugiriendo que lo envía el Ayuntamiento sino explicando por qué lo envía el autor. Más allá de las faltas que planea cometer en el interior de la historia debe tener alguna otra justificación como personaje de la misma, no como una miserable persona de carne y hueso en la vida real. El lector, mientras juega al escondite con su auténtico rival el autor, tiende a decir: Sí soy consciente de que un agrimensor puede trepar a un árbol, y sé que existen árboles y agrimensores. ¿Pero qué esta haciendo con ellos? ¿Por qué hace usted que este agrimensor en concreto trepase a este árbol en particular, hombre astuto y malvado?

Esto nos conduce al cuarto principio que debemos recordar. La gente no lo reconocerá como práctico ya que, como en los otros casos, los pilares en que se apoya lo hacen parecer teórico. Descansa en el hecho que, entre las artes, los asesinatos misteriosos pertenecen a la gran y alegre compañía de las cosas llamadas chistes. La historia es un vuelo de la imaginación. Es conscientemente una ficción ficticia. Podemos decir que es una forma artística muy artificial pero prefiero decir que es claramente un juguete, algo a lo que los niños juegan. De donde se deduce que el lector que es un niño, y por lo tanto muy despierto, es consciente no sólo del juguete, también de su amigo invisible que fabricó el juguete y tramó el engaño. Los niños inocentes son muy inteligentes y algo desconfiados. E insisto en que una de las principales reglas que debe tener en mente el hacedor de cuentos engañosos es que el asesino enmascarado debe tener un derecho artístico a estar en escena y no un simple derecho realista a vivir en el mundo. No debe venir de visita sólo por motivos de negocios, deben ser los negocios de la trama. No se trata de los motivos por los que el personaje viene de visita, se trata de los motivos que tiene el autor para que la visita ocurra. El cuento de misterio ideal es aquel en que es un personaje tal y como el autor habría creado por placer, o por impulsar la historia en otras áreas necesarias y después descubriremos que está presente no por la razón obvia y suficiente sino por las segunda y secreta. Añadiré que por este motivo, a pesar de las burlas hacia los noviazgos estereotipados, hay mucho que decir a favor de la tradición sentimental de estilo más lector o más victoriano. Habrá quien lo llame un aburrimiento pero puede servir para taparle los ojos al lector.

Por último, el principio de que los cuentos de detectives, como cualquier otra forma literaria, empiezan con una idea. Lo que se aplica también a sus facetas más mecánicas y a los detalles. Cuando la historia trata de investigaciones, aunque el detective entre desde fuera el escritor debe empezar desde dentro. Cada buen problema de este tipo empieza con una buena idea, una idea simple. Algún hecho de la vida diaria que el escritor es capaz de recordar y el lector puede olvidar. Pero en cualquier caso la historia debe basarse en una verdad y, por más que se le pueda añadir, no puede ser simplemente una alucinación.

Eugenesia: Los Hijos de Dios

Los Hijos de Dios

Los colonos humanos del “Arca de Noé”, sin embargo, son todo lo contrario. Sin saberlo ellos son la casta más marginal del sistema, formada por quienes han sido concebidos de forma natural. En un mundo de hombres y mujeres casi perfectos, estos seres, conocidos como «Hijos de Dios», son relegados a las tareas inferiores a causa de sus imperfecciones.

Están ciegos. Para los “Hijos de Dios” la vida humana en la Tierra se extinguió en 2012, tal y como predijeron los mayas, debido a una mutación de la cepa H1N1 humana, vulgarmente denominada gripe porcina o influenza A, una enfermedad respiratoria de los cerdos que se transmite a los humanos, y causa graves complicaciones respiratorias. La cepa H1N1 de 2012 fue un tipo de virus, según la ciencia, muy esquivo debido a que constantemente va evolucionando y mutando, y esto provocó que fuera imposible encontrar un anticuerpo protector para la población mundial. Esta cepa es una variante que desciende de una de las pandemias más devastadoras de la humanidad, que tuvo lugar en el año 1918, conocida como la gripe española.

Ellos creen que son los únicos supervivientes humanos descendientes de aquellos afortunados que pudieron pagarse un pasaje hasta Marte, para perpetuar la especie y mantener el linaje de los hombres.

Un problema añadido con que nos encontramos es que debido a la consanguinidad, es decir, la unión por parentesco natural al descender de un mismo tronco o raíz, con el paso del tiempo han empezado a aparecer anomalías y graves problemas genéticos.