
«Pero la señorita Marple, meneando la cabeza con obstinación, miró de hito en hito a sir Henry.
-Estoy en lo cierto, ¿no? Lo veo muy claro. Los cientos de miles… la crema aromatizada… quiero decir
que no se puede pasar por alto.
-¿Qué es eso de la crema y los cientos de miles? -exclamó Raymond.
Su tía se volvió hacia él
-Las cocineras siempre ponen «cientos de miles» en la crema, querido -le dijo-. Son esos azucarillos rosa y blancos. Desde luego, cuando oí que había tomado crema para cenar y que el marido se había referido en una carta a cientos de miles, relacioné ambas cosas. Ahí es donde estaba el arsénico, en los cientos de miles. Se lo entregó a la muchacha y le dijo que lo pusiera en la crema.»
«Srta. Marple y 13 problemas» AGATHA CHRISTIE
No cabe duda que en en siglo donde «la Gran Bretaña victoriana fue envenenada en el hogar, trabajo y clubes», hay un montón de casos criminales donde el arsénico se utilizaba para acelerar las herencias, tapar las bocas hambrientas y despejar el camino en una carrera empresarial. El arsénico era fácil de comprar (media onza – suficiente para matar a 50 personas- sólo costaba un centavo, el mismo precio entonces que una taza de té o la entrada a un baño público), era fácil de administrar y sobre todo muy eficaz, y esa fue precisamente la razón de que el arsénico fuera en la época victoriana la herramienta de elección para los asesinos y los suicidios por igual.
Tan popular era como método criminal en la época que incluso los médicos de la reina Victoria tuvieron que esforzarse por encontrar nuevas formas para determinar en una autopsia si la víctima había sido envenenada en realidad por arsénico, o sufría de cólera (enfermedad que muestra síntomas parecidos). Los abogados de la acusación y la defensa en el Old Bailey estaban muy interesados en estas investigaciones.
Pero lamentablemente, que el arsénico estuviera presente en un cadáver no significaba necesariamente que hubiera algo turbio detrás (por lo menos, no para dictaminar una condena por asesinato clara). Durante todo el siglo XIX prácticamente todo lo que los victorianos tocaban estaba mezclado con arsénico. Si no se consumía accidentalmente el polvo blanco ya que fácilmente se confundía con el azúcar o la harina (recordad además que había una alta tasa de alfabetismo); se podía encontrar en el papel tapiz verde de sus salones y terrazas (conocida es la historia donde en 1879, la reina Victoria, ordenó que todos los papeles tapices verdes en el Palacio de Buckingham debían ser eliminados ya que hizo un dignatario de visita, que pernoctaba en palacio durante la noche, se sentía muy enfermo); los soldados británicos en la India, lo mezclaban con pimienta negra para crear la píldora Tanjore, un popular antídoto para las mordeduras de serpientes; los médicos lo prescribían con frecuencia como una cura para afecciones como el reumatismo, gusanos (tenias) y las náuseas del embarazo; para la limpieza de los rebaños de ovejas; la fabricación de velas; la elaboración de cerveza (estaba presente en la glucosa que se usaba en las cervecerías durante el proceso de fermentación de la mezcla); la taxidermia; como plaguicida para eliminar voraces ratas o molestas moscas; como líquido para embalsamar; en los tintes de color verde de los vestidos de crinolina que eran signo de elegancia y tan de moda estaban en la época; cremas, champúes para revertir la calvicie y tratamientos de belleza (Dr Simms Arsenic Complexion Wafers and Medicated Arsenic Soap); pastillas para subir la líbido (la viagra victoriana); colorantes usados para pintar juguetes y lapiceros (verde de Scheele); e incluso por increíble que parezca como coloración para los alimentos.
Por eso, si se quiere profundizar más en el interesante mundo relacionado con el veneno más mortífero del s. XIX recomiendo leer «the Arsenic Century: How Victorian Britain was Poisoned at Home, Work, and Play» de James C. Worthon (435 páginas). Es una lectura (en inglés) excitante y apasionante, donde un neófito puede entender con relativa facilidad las explicaciones científicas que se dan sobre la detección de arsénico en las víctimas y las distintas descripciones o sintomatologias de las intoxicaciones por arsénico (los aprensivos igual lo van a pasar mal con su lectura). Hace especial hincapié en una nueva carrera criminal de envenenadores por arsénico y como estos lo usaban con instrumento de muerte y agonía, y por ende, la aparición paralela de una nueva raza de detectives: los médicos toxicólogos. Dedica un capítulo a contar los envenenamientos casuales por exposición a multitud de elementos cotidianos que lo contenían y los inevitables envenenamientos industriales. Y expone multitud de datos y curiosidades sobre el arsénico. En definitiva, el libro perfecto para documentar algún caso para «El Club de los Martes».


“Mientras nosotros, los socialdemócratas, estamos desperdiciando nuestro tiempo en la educación, la agitación y la organización, un genio independiente ha tomado las riendas en sus manos y, por el simple procedimiento de asesinar y destripar a cuatro mujeres, ha convertido a la Prensa en una especie inepta de comunismo”.
De todas formas muchas mujeres ejercían la prostitución en contra de su voluntad, por lo general en burdeles o casas, y muchas de ellas sin haber alcanzado siquiera la edad núbil. Ya fuera por haber sido vendidas, entregadas como pago o por haber sido seducidas (aunque tan sólo un 4 % se podrían enclavar en esta categoría según Merrick). En este tipo de burdeles se tendían a hacer subastas de estas mujeres, siendo las que mayores precios obtenían las niñas vírgenes que no habían alcanzado la edad núbil.
Otro de los grandes problemas de la prostitución fue la transmisión de enfermedades venéreas, llegándose a establecer que más de un tercio de las enfermedades sufridas por el ejército británico eran de este tipo. Lo que llevó a que entre 1864 y 1869 se votaran leyes para controlar la expansión de este tipo de enfermedades, leyes que se aprobaron en más de 11 ciudades con guarnición y puertos comerciales, pero no en Londres. Se estableció que toda aquella prostituta que quisiera trabajar en estos lugares debía declarar su actividad y, por lo tanto, entrar a formar parte de una lista. Cualquiera de ellas que levantara sospechas de poseer algún tipo de enfermedad debía ser sometida inmediatamente a un examen médico, de no superarlo se le prohibiría continuar prostituyéndose, pero si se negaban a someterse a ese examen serían conducidas hasta un juez. Toda prostituta declarada enferma debía ser ingresada en un hospital supuestamente especializado y que recibía el nombre de lock hospital.